sábado, 27 de julio de 2013

Puntos alineados para el gran poema. Memoriosa concavidad de su vuelo





… la línea, es decir, un punto que vuela
Lezama



El pasado enero, en una “entrada” atípica, (porque hablaba de mí) a raíz de la publicación en la revista Adarve de un trabajo escrito por Carmen Morán sobre mi obra, publiqué unas escuetas notas dirigidas a exponer cómo veo ahora mismo la trinidad poesía-poema-poeta. En aquellas notas aludía al “gran poema universal e inconcluso” que viene escribiendo el hombre desde que abandonó su natural nomadismo y se asentó en núcleos poblacionales bien estructurados desde los puntos de vista socio-cultural y económico. Entre otras cosas escribí entonces: “El poeta está solo. El poema que avista y pretende está abierto, han trabajado en él muchos poetas que, igualmente solos, fueron tan incapaces de evitarlo como de cerrarlo. Ya parece algo. ¿Merece la pena continuarlo…?” Hoy quiero contestar a esta última pregunta con más amplitud.

Claro que merece la pena, y es, además, inevitable hacerlo. Sólo que participar el espíritu de este Gran Poema, y añadir a él sustancia válida bien (in) formada, es algo reservado a los genios. La cultura occidental va trazando en el tiempo una potente línea, cuya alta tensión está constituida a partir del concurrente y alineado movimiento de muchos y diversos puntos de altísimo vuelo. Resueltos en esa línea somos antes y más que en cualquier mapa genético. La memoria recogida en ella, eso somos sobre todo. El Gran Poema está siendo escrito sobre esa línea. A él debemos acudir siempre que nos extraviamos. Así lo hacemos. Aunque la inmediatez y la urgencia con que vivimos nos impida verlo claramente, la memoria no guarda las prendas en sus arrabales, donde la dispersión y el ruido las pondrían en grave riesgo. Lo hace en el templo, donde confluyen tensión, precisión, aplomo y oportuno silencio. Cuando necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos, allí vamos. No hay más sitio que ése si el lance realmente importa.

Quienes saben nutrirse pasivamente de ese Gran Poema son muy afortunados. No así quienes pretenden participarlo activamente. Escribía yo en las referidas notas del pasado enero:

El poeta ‘se condena’ a sí mismo, quiere añadir una imagen a esa enorme obra; una estrofa, un verso, un hemistiquio, una palabra, un nombre… Memoriosos sema y fonema. Tentador andamio. El poeta cae en la trampa. Escalará su Babel rodeado de sombras. Para colocar una imagen en ese poema universal, atemporal y único, tendrá que trepar solo la tremenda torre. Pero qué difícil: toda la vida escalando. En el suelo, un campamento-base donde se advierten los peligros que conlleva la peregrina aventura: soledades, frustraciones, casi siempre aparente fracaso. En ese campamento se montan numerosas y pragmáticas escuelas para los que son apercibidos y reconducidos a tiempo. Quienes no pretendan sumar algo al Gran Poema inconcluso, tendrán compañía en una fiesta diaria. Obtendrán diplomas y cerrarán obras. Cantarán arropados y serán prontamente aplaudidos…” 

Entonces me preguntaba:

¿para qué intentarlo con el Poema-Uno? ¿Qué sumar a lo que nunca se acaba y vuelve sobre sí con titánico afán?”.

Y respondía:

Bueno, al tiempo lineal, asimétrico y voraz, hay que ponerle sucesivas trampas. Hay que hacerlo pasar por ciertas angosturas, tenderle ciertas emboscadas, obligarlo a trazar convenientes bucles para posibles y cíclicos neumas. Gracias a su peso, el Gran Poema es el único que no puede ser barrido por la crónica carrera; es el único que grava la MEMORIA DEL HOMBRE. Sí, para barrer el Gran Poema habría que barrer la MEMORIA DEL HOMBRE, esto es barrer al hombre. Ojo, no a los poetas, al hombre. Pero si, como dice Heidegger, el hombre es el pastor del ser, para acabar con el Gran Poema habría que hacerlo con el ser mismo. Esa cardinal e inconclusa obra es la fabulada y sempiterna columna que parece sostener el frontis de la humana tienda de campaña.”  

Lo cierto es que las cercanías del Gran Poema, de la línea donde éste se escribe, son tan ásperas como atractivas, tan difícilmente alcanzables como apetecibles para quien trabaja con la memoria del hombre. Ante eso, los actores barajamos varias alternativas:

1.    Tratamos de acercarnos, de acceder al Gran Poema, de participarlo. Lo dicho: una escalada gravísima, muy dolorosa y frustrante en la casi totalidad de los casos.

2.   Tratamos de provocar que la línea donde se escribe el Gran Poema tuerza el vuelo hacia nuestro territorio. Tratamos de que la línea pase por nosotros, de introducir en ella un nuevo horizonte que nos incluya. Uf, qué pretensión; cuánto dolor conlleva. Qué pocos lo alcanzan finalmente. Estos últimos jamás lo logran en vida, pero qué útiles resultan a la postre.

3.  Obviamos la existencia de línea y Gran Poema. En este caso hay dos vías. La una es desconocerlos realmente. (Qué felicidad al fin y al cabo, aunque también qué pérdida de tiempo trabajar con tales limitaciones). La otra es más ladina. Si no podemos acercarnos a ellos como actores, aunque los conocemos perfectamente como espectadores, pretendemos hacer creer a los demás que no existen, o que no importan, incluso que su imaginación puede resultar perniciosa. Vagamos entonces en sus extrarradios, en los que buscamos generar polos de innecesaria y contingente palabrería donde reinar a placer. Es triste, mas sucede con frecuencia.                 

Pero antes de seguir, veamos un esquema que hice para explicarme mejor. Perdonen mi alto nivel de abstracción en este punto. Es un esquema muy elemental, pero lo creo útil para hacerme entender del todo. Lo importante aquí no es la nómina en sí misma, como es obvio sometida a mi criterio, y tremendamente excluyente en pos de una síntesis esquemática, lo que importa aquí, si es que importa algo, es el concepto que se pretende recoger y explicar.






La línea de que hablamos (cálida) donde se escribe el Gran Poema-Uno, es obviamente curva. Sin embargo, en ella existen determinadas estaciones esenciales (puntos de muy alto vuelo) que unidas entre sí sugieren otra, recta y fría; una suerte de “secante” que recoge y pauta las mayores tensiones. La referida “secante” contiene lo que más importa. Ella está constituida por las obras de quienes logran de una manera “natural” hacer buena la primera de las tres alternativas anteriormente descritas. La línea no pasa por ellos. Sus obras la trazan, son su mayor sentido, pues por sí mismas justifican su necesidad.
  
Los lóbulos que forma la línea curva en torno a la referida “secante”, espacios cóncavos generados entre ambas, son ámbitos de posibilidad ganados para todos por esos actores también imprescindibles que han tenido éxito con la segunda alternativa. Han forzado a la línea a pasar por sus obras, creando mayores áreas de positiva influencia para quienes pretenden acercarse a la imaginaria “secante”. Sí, mientras mayor sea el giro o “desvío” de la línea al pasar por estos raros genios, mayor será el espacio de memoriosa posibilidad para quien trabaje en las cercanías de la “secante”, mayor será la riqueza y la diversidad de esas concavidades llenas de sentido, desde las cuales la lectura (comentada o no) del Gran Poema es muy aprovechable, como es mucho mayor la posibilidad de hacer algún apunte útil en sus márgenes.

Más allá de lo descrito, encontramos un universo convexo habitado por la mayoría de los malos comentaristas, aquellos que consciente o inconscientemente optan por la tercera alternativa. En la libertina convexidad la actualidad se desmelena. Instalados en ella viven sus cómodos voceros. Ah, la proximidad al Gran Poema es fatigosa y poco gratificante. En las informes playas que pueblan sus convexos extrarradios, totalmente desorientados viven quines lo negarán de continuo.“Si no puedo, no se puede, y no tiene sentido intentarlo”, parecen repetirse a diario antes de gritarlo a los demás. 

Para contestar a tales pregoneros escribo esta nota. Señores, todos somos necesarios, pero algunos son imprescindibles… No, no me refiero a aquellos que listaba Brecht en su célebre frase, sino más bien a quienes con Mann hacen bueno el adagio alemán: “no hay que hacer de prisa lo que es para siempre”, obrando en consecuencia. La esencial línea y el Gran Poema buscan cómo continuar camino. Los puntos de alto vuelo (siempre los hubo, los hay, los habrá) lo harán posible, seguro, a pesar de la prescindible algarabía con que polucionan el cielo quienes lo miran y cantan desmemoriados, desafinados, ciegos.


     

domingo, 21 de julio de 2013

Anécdota y plegaria




De niños usábamos dos técnicas para sacar a las tarántulas de sus túneles: lo hacíamos vertiendo en ellos queroseno, o introduciendo una lagartija aturdida y bien sujeta a una cuerda. Entonces no calculábamos la componente ética de ambos recursos, pero lo cierto es que el queroseno, a la sazón racionado como todo lo demás, teníamos que sustraerlo al depósito de los reverberos y las cocinas, con el consecuente daño a nuestro sustento; mientras que las lagartijas estaban por doquier a un costo que podíamos asumir sin problemas, dada la salvaje ignorancia que entonces nos colmaba.

Ante el queroseno, la tarántula salía muy cabreada, condenada a una muerte indigna, sin apenas poder luchar por su vida. Pero ante la lagartija… Ah, la tarántula invariablemente la mordía, se prendía a ella con una fuerza que no sé describir; mucha para un animal tan pequeño. La tarántula tenía grandes posibilidades de morir en cualquier caso, pero con las mandíbulas bien apretadas sobre el apetecible cuerpo, la situación tomaba un cariz especial. Primero, había que tirar con una presión endemoniada de la cuerda, que algunas veces partía para suerte del arácnido, porque cuando usábamos reptil de carnada no teníamos queroseno a mano. Segundo, jamás la tarántula entregaba a su víctima. Nunca huía si había hecho presa en su desafortunado "visitante". Nunca.

La imagen de la tarántula en su angosto túnel, siempre asechada por la muerte, a merced sin embargo de las armas que los dioses pusieran en manos de sus verdugos para enfrentarse a un final u otro, se me encima como castigo en situaciones complejas. En ellas, yo, tarántula condenada, sólo espero lagartija. Abandonar el túnel ante una inundación de queroseno sería terrible, pero ante un manjar, luchando por la vida…

Apolo, magnífico efebo, mándanos tu lagarto para morder en él hasta el delirio. Ponlo ante nosotros una vez más y déjanos optar a un lóbulo de tu perenne ataraxia. El queroseno está llegando a la playa. Pronto inundará cada túnel vivo, buscando devolver a la Madre Oscuridad el collar de fotones que llevaba cuando desposó a Crono, ese que robaron ustedes, equivocada la esencia del verdadero ónfalos. Apolo, baja tu lagarto del olímpico árbol, mándalo atado a una cuerda cósmica y tira de nosotros. No lo soltaremos, ascenderemos prendidos, mordiendo como nunca.

Aquí no se trata de morir o no, de extinguirse o no. Se trata de morder o ahogarse; de abandonar el túnel amando u odiando; de morir asfixiados, descompuestos en el pegote fósil, o de hacerlo mordiendo, volando, creyendo… rehechos aérea y vertiginosa roca, para, enfrentados a la inevitable molienda, refrendar la imagen del polvo enamorado. 



 

viernes, 12 de julio de 2013

Lágrimas divinas para un mar en tromba




En un poemario dedicado a la amistad que “terminé” hace poco (comillas, porque nunca termino un poemario) indagué a fondo en ese sentimiento, sin llegar a más certeza que su inaprensible condición. Jamás podremos asir una imagen primaria, o una de sus derivadas. Afortunadamente, jamás podremos devastar su potencial simbólico resolviéndola del todo. La amistad es testigo y testaferro del Amor. Como tal, obra en nuestro imaginario, remendando allí donde el miedo y el dolor descosen la esperanza para hacer hueco a sus peores tropelías.

Escribiendo sobre ello, incluso tuve fuerzas para contestar a autores que admiro especialmente. Decía Aristóteles: “¡Amigos, no hay amigos!” Y Erasmus: “La amistad sólo se da entre iguales.” Pude adosar a tales certezas más de una duda razonable. Lo hice en poesía y quedé relativamente satisfecho. Si al amparo de la imagen, esas pueriles sentencias se tornan especialmente vulnerables.         

Pero al margen de la poesía, (qué desierto, dioses míos) en los últimos tiempos comprobé una vez más el valor de la amistad operando en el frente de batalla. ¿Cómo agradecer a mis amigos, a todos mis amados amantes la puntual evidencia? Ah, qué bien se está entre ustedes, los que siempre vertieron su sombra en la ardiente arena, y los que aun en las postrimerías del camino, cuando ya poco se espera, cuando se vislumbra la columna que dejó para ti el penúltimo anacoreta, aparecen de pronto, como en un sueño, pero ciertos, ciertos, ciertos… con un cuenco pleno de un agua nada discursiva, pura mata-sed ella.     

Con tal agua pretendía regar hoy el jardín de los amigos. No con agua de la Arcadia o del Jordán, sino con agua-agua, elemental, viva, fresquísima… Sin embargo, antes la probé de nuevo, y una vez bebida, la química solución sabiamente eludió la humana uretra y fue directa al lagrimar de los dioses. Ah, gracias amigos, un agua tan oportuna no podía acabar en sí misma, ni siquiera en un jardín terreno. Acabará en el mar, porque, como decía el poeta: “Dónde podrían llorar los dioses/ si el mar no acoge sus lágrimas”. Lágrimas divinas para un mar en tromba, vuestra húmeda amistad. Esto quería decirles… y un poema de aquel libro. 
 

      
El jardín de los amigos


Aquí, afortunadamente,
no sólo se abrillantan viejos candelabros
con invariantes luces de aceites esenciales;  
no sólo se jalean súbitos destellos,
huracanadas apariciones que abarcan lo posible
entre lo numinoso y lo matemático.
Aquí se aprovecha todo.
Se trabaja con cualquier elemento que decante,
precipite y sedimente en una sustancia amable:
caprichos de la memoria, de la desmemoria,
obligaciones de ambas, años, husos horarios,
puentes sobre éstos, sobre aquéllos,
aventuras, certidumbres, abrazos ardidos,
ardientes, cercanos, de largo alcance,
––incluso sus indicios, ecos, veladuras o retazos––
corneas desorbitadas, estados febriles, de ataraxia,
huellas, fósiles, humedades, sobresaltos,
preguntas, proyectos de preguntas, cuadernos de viaje,
cajas negras, bitácoras forzadas, no forzadas,
noticias, leyendas, documentos legibles, ilegibles,
miradas entregadas, cautelosas, diáfanas, cifradas,
temblores, restos de naves, esquirlas de meteoritos
de quién sabe qué lugares, fragmentos
––usados o no–– de todo tipo de nube,
 jirones de venas cava, imágenes,
muchas imágenes...

Todo ello, convenientemente curado,
se somete a una paciente labor de acomodo,
se mezcla hasta obtener el mejor de los sustratos:
una masa viva, fértil, vulnerable
a todo conato de nacimiento o muerte.

El jardín de los amigos, amigos,
es sobre todo sustrato.
No nos engañemos:
la luz y la flor competen a los dioses.