viernes, 20 de septiembre de 2013

A ver cómo cerramos la obra sin demoler el teatro





Este espacio para la cultura, especialmente para la literatura y el pensamiento, con toda intención se inhibe del anecdotario con que la actualidad trata de imponer, y muchas veces impone, su dictadura de humo. Cuando aquí “toqué” o “rocé” actualidad pura y dura, siempre fue porque el asunto no me pareció anecdótico, y siempre traté de situarlo en el marco de un análisis que ofreciera perspectivas amplias, perspectivas que desbordaran el corsé espacio-temporal con que la anécdota suele ceñirnos en busca del mareo que nos nuble la vista, y la memoria, y el entendimiento. He recibido ya algunos “toques de atención” por ello, incluso de grandes intelectuales y muy queridos amigos. Uno de ellos me dijo: ––“Estás en Arcadia, en Batuecas”. A lo que cariñosamente respondí:  ––“Hermano, en mi modesta opinión, no hay nada que sea más político ahora mismo que retraerse ante el juego que nos proponen. Todo lo que está pasando es fruto de la ignorancia más supina. Decir NO a eso, es algo muy político. Imagínate que todos leyéramos y estudiáramos lo necesario para saber esto. ¿Con quién jugarían? Mi opción no pasa por vivir en Arcadia, créeme, sino por participar la actualidad de manera distinta de la que conviene a quienes toman y suministran esa perfecta droga: la ignorancia. El estéril debate actual entre derechas e izquierdas formales, no hace más que rentabilizar tal droga a favor de sí misma. Estamos en crisis, sí, en una crisis más cultural y cívica que económica, en una crisis esencial que, por resonante, augura importantes cambios en la humanidad. El dilema fundamental (aquí me refería a la realidad europea) ya no es que mande éste o aquél, el dilema es ahora: hombre sí u hombre no, planeta sí o planeta no, inteligencia artificial, ¿sí o no? Yo trabajo porque el mundo no cierre todavía, por hacer bueno aquello que dijo Jorge (Guillén):‘Los hombres son aún preliminares’. Trabajo modestamente contra el hombre nuevo de Marx, el superhombre de Nietzsche, el hombre ahistórico de Fukuyama, la máquina transhumana de Kurzweil. Hombre, hombre, hombre… Mi estrategia: la imagen. Mi táctica: inocularla en todos los frentes posibles. Vamos, no vivo en Arcadia, pero si para ayudar a mantener abierto el chiringuito, tengo que dejar caer en la Bolsa una dosis de orina de Pan, lo haré…” Con tales premisas trabajé hasta ahora en este formato. Espero poder hacerlo también en esta ocasión, pero reconozco que me resultará más difícil, y por ello quise escribir esta pequeña introducción ¿exculpatoria? Créanme, si no lo logro, no será porque no lo intente.

Hace unos días, un músico popular cubano llamado Roberto Carcassés se atrevió a pronunciar públicamente un breve discurso político, sencillo, pero muy espinoso para el régimen de Castro. Nada especial, si no fuera porque lo hizo como improvisación sonera, en medio de una actuación televisada por los medios oficiales de la tiranía, y en una de sus tribunas preferidas: esa suerte de decorado para el tórrido sainete que se ha montado frente a la sede de la representación de Estados Unidos en la capital del país, y a la que ellos llaman “tribuna antiimperialista”. No se extrañen. En Cuba, una isla de grandísimos poetas, hemos desarrollado sin embargo una especial capacidad para maltratar el idioma. Habría que estudiar en qué medida le debemos a ese dudoso don el último tramo de nuestras desventuras. Hablo del sitio donde se acuñaron desde el gobierno términos como “plan java”, “punto de leche”, “oficoda” (no me pidan, por favor, que explique esto); y donde los niños hace mucho que se llaman “Jeiyu” (libre interpretación del título de una conocida canción pop) Yanalai, Yunielsis, Yunisleski… En fin, la contestación interna y pública al régimen por medio de la música popular, viene ocurriendo en Cuba hace ya treinta años. Desde los ochenta del siglo pasado se suceden episodios en este sentido, más o menos interesantes, con mayor o menor calidad artística. Carlos Varela y Pedro Luís Ferrer fueron tal vez quienes primero se atrevieron a ello, y luego hubo otros hasta llegar a este último caso, que, insisto, tiene de diferente el lugar donde ocurre, y también que lo hace en la época de Internet, de las redes sociales, con un dictador en paro, chocho, moribundo, un “regente” que renquea, y un país en franco proceso de “haitianización”… No quiero centrarme en analizar críticamente el hecho musical, ni la calidad del discurso, ni siquiera sus evidentes contradicciones. (Debemos respetar y agradecer a cualquiera que, por sus medios, sean éstos los que sean, asuma una actitud cívica y aporte su esfuerzo al necesario cambio político en la isla. Además, en ese otro Haití para el nuevo-hombre-nuevo, llamar héroe a un vulgar espía es cosa normalísima, no debe extrañarnos. Tampoco debe hacerlo que en el mismo discurso en que se pide la liberación de los supuestos héroes, se demande similar suerte para el consumo de marihuana. Vivimos en un mundo postmoderno, decadente. Qué podemos esperar de la sufrida Habana, si hoy leí en la prensa que un multimillonario anda vendiendo teléfonos en París disfrazado de Guevara, el pistolero argentino que administró el plomo en los paredones que flanquearon el umbral de la última borrachera isleña.) Quiero centrarme esta vez en algo que ha pasado inadvertido en los comentarios y análisis que hasta ahora me han llegado sobre el asunto: el público. ¿Cuánta gente fue a ese concierto? ¿A qué fue? ¿Por qué? ¿Cómo reaccionaron al imprevisto contramitin? ¿Cómo maneja el régimen este tipo de actividad “cultural”, y cómo la rentabiliza? Aquí, mucho más que en otros aspectos del fenómeno, debíamos buscar sus claves. Vamos…

Yo, cuando en este texto digo héroe o tiranía, lo hago en un sentido nada metafórico. Para el término “héroe” me remito, en primer lugar, al concepto homérico-hesiódico recogido, por ejemplo, en Jünger; y para “tiranía” a “La república” de Platón. En segundo lugar me remito al diccionario de la R.A.E. Porque claro, tenemos que fijar estos conceptos para no caer en la palabrería con que el régimen cubano, como cualquier otra tiranía, trata de confundir y confunde a sus ignorantes víctimas. Entonces ¿cómo evaluar al público que asistió al referido concierto? Resulta que se reúnen miles de personas a bailar y beber (no me creo que en tales convocatorias de alguna manera no esté el alcohol por medio en su peor versión), mientras piden que se excarcele en los Estados Unidos a unos espías cubanos, llamándoles héroes porque así son llamados por los voceros del castrismo. Ante el decorado propagandístico de los opresores, y para que el sainete nacional continúe, se citan títeres y palmeros. Estos últimos, cuando no “obligados” (comillas, porque nadie puede obligar a tal cosa a quien realmente no quiere) por el aparato represor del régimen, atraídos por su cantinela, o, tal vez lo peor de todo, por la percusión y la chabacanería aderezados con el aguardiente y los navajazos. No digo que no se hayan programado allí a buenos artistas, que no se hayan dado buenos conciertos musicalmente hablando, digo que también, y especialmente, se trata de un escenario para el panfleto más cursi, el chovinismo más ciego y vulgar. Ante ese público actuaba Carcassés cuando salió del guión. Porque lo hizo, es cierto, aunque llamara héroes y hermanos a los espías del tirano que no le da lo que él quiere: ni la libertad de expresión, ni el derecho al voto directo, ni el salvoconducto para consumir libremente marihuana, ni el carro, ni… Allí estaban escuchándole los policías formales, y los informales, que son todos o casi todos los que asisten a esas “fiestas”; estaban quienes quieren sostener un cargo en la burocracia de la tiranía, quines buscan “pasarla bien” bajo cualquier circunstancia (¡a bailar y a gozar con la Sinfónica Nacional!, que se decía en mi época), quienes sostienen el imperio de su majestad El Culo a ritmo de reggaeton, los bebedores de “huesoetrigre”, “saltapatrá” y “chispaetrén”, los negros curros (véase Ortiz) del siglo XXI que buscan carne hermana donde hundir acero; pero, sobre todo, los sumos vigilantes, quienes controlan incluso a los policías. Aunque éstos bien pudieran haber estado no sólo entre el público, sino también agazapados en la propia orquesta del díscolo, para desde lo alto, y con su carroñera vista, tomar oportuna nota de todo lo que se meneara en escenario y suelo.

¿Qué mensaje puede calar en tal público? ¿Éste? Si ni siquiera fue aplaudido. Más de uno habrá huido de allí con verdadero pavor. Por suerte el tibio resbalón (sí, tibio. Cómo cojones llama héroe a semejante gentuza: culones al servicio del tirano que disfrutaban de importantes prebendas; justo esas que ayudaban a negar a sus iguales. ¿Acaso trabajaban en el “Imperio” para servir y defender a su sátrapa sin comulgar con sus abusos internos? Perdónenme la grosera digresión, pero hay cosas que deben ser dichas como se piensan) sucedió, el tibio resbalón, digo, ante las cámaras de televisión y vídeo, y por ello puede, precisamente a través de esos medios de comunicación que el tirano hurta a sus súbditos, andar por medio mundo tratando de con-mover y mover a otros públicos. Claro, buena parte de los otros posibles y pretendidos públicos se preguntará: ––“¿Y yo qué pinto aquí?”. Un sainete es un sainete, y sólo puede cerrarlo en condiciones su autor. Ah, el autor… El problema es que aquí el autor, que en origen tuvo varias caras pero una sola cruz (el dinero) y que nació entre la poderosa sacarocracia hispano-cubana hace más de ciento cincuenta años, se encuentra en retirada, más aún, en estampida. El conflicto se ha descafeinado tanto que está a punto de esfumarse. Ya no hay imperio decadente que abandonar, ni imperio emergente al que subirse, ni enfrentamiento entre imperios donde amodorrarse para vivir sin esfuerzo. Ya no hay enemigos íntimos de consideración. Sin conflicto no hay obra, tampoco sainete. ¿Y quién conviene el final si el autor se ha esfumado? ¿El público de siempre? ¿Ese que desde el gallinero palmeó todo lo que le echaron, y que ahora lleva sesenta años sometido a un severo espulgo en busca de su esencia más insulsa, inocua y maraquera?

Mira, Carcassés, te respeto, te felicito incluso. Finalmente, y hecha la mitigante catarsis, ni siquiera tendré en cuenta que hayas llamado héroes a esos burdos funcionarios de la represión. No hay que darle mayor importancia. En Cuba, de todo lo dicho en los últimos sesenta años, quedarán en pie unas pocas frases de Lezama. Pero todo esto lo hago porque arrastro parte de tu pena. No esperes complicidad como la mía en otras almas. Todos tenemos que hacernos responsables de nosotros mismos. Si quieres algo, tómalo. Cantarlo improvisado está muy bien, pero no basta, sobre todo, porque lo jodidamente amolador es que no tienes un público fiable, y que el verdadero autor de la tragedia ya no existe. Maldito éxodo para un corifeo que chilla su monserga en babélica lengua. Tanta palabrería termina siempre en funcional sordera. A ver cómo cerramos la obra sin demoler el teatro. ¿Podremos? ¿Quién lo sabe? Todo es posible. Al parecer el arado que trazó el surco fundador de Roma estaba tirado por bestias tan dispares como un buey y una yegua… ambos etruscos, para hacerlo más complejo. Eso sí, estaban dirigidos por dioses, y seguían un círculo hipnótico trazado por ellos en el cielo, no en el suelo. Tenemos más de tres mil años de historia y unos ciento cincuenta de engañoso relato, de reductora ceguera. Mas ya no hay templo a cuya puerta pedir limosna. Se acaba el tiempo para los apaños. Dejémonos de “quiero, quiero, quiero…” Y démonos prisa, que mientras la otrora refinada Habana, muy fatigada se desploma ante su hombre nuevo, Pòtoprens se relame con sus muñecos pinchados al contraluz de las velas. No sea. 

 http://www.youtube.com/watch?v=WuYW__EBVkA


 

      

2 comentarios:

  1. El teatro ya está desplomado... Y la obra va ya por el quincuagésimo cuarto acto, el productor desvariando por los entretelones, el argumento en círculos, los personajes reciclados...

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  2. Sí, amigo, estoy tan de acuerdo contigo que me da miedo. Magnífica imagen. "El argumento en círculos". Muy bien visto y dicho. Nos está tocando a nosotros ver caer a La Habana. Cada generación tiene su corona de espinas... cada momento histórico, sus "anomalías". Un trozo de mediterráneo tan en la periferia ¿podía sostenerse cinco siglos? Fue bonito mientras duró. La fabulosa imagen parece cerrarse, es cierto. Pero... todo lo que quedó en nosotros ¿no encontrará vías de renacimiento? Por ratos creo que no. Por ratos padezco una destemplanza positiva con origen en cierta estoica perspectiva.
    Me gustaría hacer sólo un pequeño matiz a tu inteligente comentario. Creo que la obra tiene más de ciento cincuenta años. Los últimos cincuenta y cuatro son su colmo, su extensísimo éxodo. Todo esto empezó en los salones habaneros de mediados del XIX. A la vez que se alfombraba el camino para el apogeo de la imagen, se dinamitaba el pórtico donde debía asentarse. No se puede construir una nación sobre tantas mentiras. O sí, pero con estas consecuencias.
    Gracias por comentar. Te abrazo

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