viernes, 25 de octubre de 2013

Eros dispara al aire





Las novias adolescentes y las amantes juveniles que tuve no supieron que compartían mis ardores con tres mujeres-mito que, “encarnadas” en caras imágenes cinematográficas, aunaban suficientes inteligencia, candor y voluptuosidad para descocarme. Entre los doce y los diecisiete años, Jane Fonda, Ana Belén y Ángela Molina fueron mis amores prohibidos más tercos y constantes. Por entonces tuve también algún escarceo con un par de italianas (Claudia Cardinale y Ornella Muti) pero nada serio. Nunca les fui fiel, lo confieso. En aquel lupanar de hormonas insaciables, las chicas “reales” a quienes me entregué con disciplinado ardor, colmaron con creces mis urgentes ansias de amor y sexo, de pegajosas compañía y amistad. Las amé. Les di con honestidad todo lo que entonces sabía y podía dar, pero cuando alguna de las tres mujeres-Idea que “me rondaban” asomaba en el fabuloso belvedere del cine, o en el íntimo balconcillo de la televisión, tenía que evitar los calores conductivos, porque la radiante imagen me quemaba a plenitud por todos los flancos, esférica, totalitaria. Ante tales estímulos devenía como aquel enamoradizo poeta de Stratford-upon-Avon: “en sueños rey, en la vigilia nadie…"

Sólo cuando comencé a estudiar en la Universidad, a leer seriamente, y, sobre todo, cuando conocí a Marisela (mujer que afinó y ajustó en mí todas las ideas de mujer posibles hasta hacerlas confluir, resueltas Una, en su propia y avara humanidad), aquellas tres posesivas señoras fueron ocupando un sitio menos desequilibrante en el núcleo de mis pasiones. Siguieron inquietándome, pero me fui haciendo progresivamente capaz de ordenar ese tipo de imagen para que no pasara del agradable retozo en la memoria, donde, por cierto, a la sazón comenzaban a operar espectros de muy distintas mujeres, desde Helena hasta la Maga, pasando por Casandra, Lucrecia, Dickinson, Karenina, Lolita, Mata Hari, Gala, Frida... Lo dicho: en un breve período de maduro ajuste, suficiente para conquistar en Marisela un amor concreto y plenipotenciario, Jane Fonda, Ana Belén y Ángela Molina pasaron de ser puro desorden en mí, a ocupar una región de amable y acotado cosquilleo en la memoria.

Las tres siguen siendo referentes femeninos. Las admiro por distintas razones. Son todavía bellísimas, y no han dañado los pilares fundamentales de mi cándido amor inaugural. Aunque mi fascinación tuvo altibajos en el caso de Jane, ninguna me descorazonó durante los más de treinta años que dura ya “nuestra relación”. Son tres señoras en todos los sentidos, y ejercen su señorío sin mengua. Una de ellas, Ángela, por distintas razones percutió en la pantalla de mi ordenador en los últimos días. La semana pasada disfruté mucho una colaboración musical que hizo con Coque Malla para su disco “Mujeres”, y ayer disfruté, más aún si cabe, que le concedieran la medalla de Oro de la Academia de Cine. Enhorabuena. A Ángela quiero dedicar el último trecho de este texto, y lo quiero hacer con especial atención a su espléndida manera de envejecer.

En mi modesta opinión, Ángela, que hace mucho tiempo es una enorme actriz, no lo era cuando comenzó a colaborar en los años setenta del pasado siglo con algunos de los más célebres gestores de las industrias cinematográficas española y europea. Para que esto sucediera, puede que hayan influido su ascendencia artística y su formación en música y danza. Seguro influyó su deslumbrante belleza mediterránea. Pero sin lugar a dudas, debió ser decisiva su impronta femenina, marcada por una suerte de irresuelto y escapista aura que deja siempre a quien la ve con ganas de indagar más en su dueña. Como toda mujer inteligente, Ángela nunca aparece completa en el sitio donde está, sea una película, una actuación musical o una entrevista en cualquier medio de comunicación. Sé que tan femenino don no puede ser impostado, actuado, y por ello sospecho que la acompañe siempre, que la ayude a conseguir admiradores, no sólo entre el público, sino en todos los medios sociales donde se mueve, en los que seguro sabe generar cómodos ámbitos de sedienta empatía. Ángela es encantadora en el sentido literal del término. Y lo es, no por mostrarlo todo, como algunos pueden suponer atraídos por los magníficos desnudos que dio al cine en su juventud, sino justo por lo contrario, o sea, por no exponer llana y abiertamente lo que en realidad importa.

Ortega define a la perfección esta capacidad en algunas mujeres. Dice, acerca de una señora que llamó su atención cuando observaba un grupo humano que actuaba en sociedad: “…Y, sobre todo, la máxima diferencia: las demás mujeres que hay aquí parecen estar aquí enteras. Esta, en cambio, permanece ausente; lo mejor de sí misma quedó allá lejos, adscrito a su soledad, como las ninfas amadríadas, que no podían abandonar el árbol donde vivían infusas. He aquí la razón de nuestro interés. Interesa lo que se presume y no se ve. Esta mujer posee un arcano hinterland…” Eso es lo que distingue y completa a Ángela, un arcano y muy suyo hinterland. Sólo con él habría conquistado a Ortega como conquistó a Buñuel y a tantos otros directores de cine, como nos conquistó a todos sus incondicionales, alelados y peregrinos hermeneutas frente al laberinto que conduce a su más recóndito tesoro. Ángela es dueña de sí, y esto incluye su amplio y oculto además. Su cuerpo y su rostro están a la vista, su figura es bellísima, pero tras el telón opera la parte no mostrada, la más seductora… subyugante. Tal vez por eso, se puede dar el lujo de envejecer tan rotunda como dignamente a la vista de todos. Porque envejecen cuerpo y rostro, pero la demasía, invisible, se mantiene inmune a las arrugas.

Quienes con quince años babeamos al ver en pantalla sus turgentes senos íberos, sin darnos cuenta quedamos presos en los pliegues de ese oscuro poder que Ángela ejerce más allá de de su carnal belleza. Se comprende que Buñuel la equiparara en imagen a una semidiosa griega. Esta mujer contiene un universo de signos, y no todos nos llegan por vía sensible. De otra manera, ¿cómo entender que su belleza se acrescente justo en aquellos síntomas que suelen relacionarse con el ocaso de lo bello? ¿Puede ser bella una mujer que no actúa sobre su cuerpo para enmascarar el envejecimiento? Pues claro. Puede serlo, incluso estando muy expuesta a los “tribunales” más torpes y dictatoriales, si toda ella no está a la vista latiendo en sus arrugas, si su hinterland, ese recoleto hábitat de la crucial demasía, se mantiene infranqueable, y aun aparentemente desgobernado, resulta un surtidor de imágenes que, al socaire de unos ojos brujos, da a quien busca sólo un mínimo sustento de carne. Hasta Eros pudiera errar en casos como éste. Por eso, aunque frente a la señora tramposamente arrugada tensa el arma, ya no pretende el cuerpo, formal anécdota con que la tersura, si jóvenes, nos señala saludables, fértiles. El objetivo se movió esta vez. Es más, nunca estuvo franco donde se esperaba. El dios lo sabe, y tratando de acertar dispara al aire. No son flechas salvas, no, ni ciegas… son lúcidas, visionarias.
      
           


Aquí les dejo un enlace por si quieren escuchar la colaboración de Ángela con Coque Malla.


2 comentarios:

  1. Hermano, precioso post. Me he encantado, y me recordado este poema mío, que no sé si conoces. Abrazos grandes des la adolescencia compartida.


    AMORES DE CINE


    a cierta edad (ya no recuerdo cuál)
    me enamoraba de todas las actrices
    y lo peor era que ellas
    correspondían a mis reclamos juveniles

    por mi cama han pasado
    Sophia Loren Claudia Cardinale
    Ornela Muti Brigitte Bardot Michelle Pfeiffer
    Demi Moore Audrey Hepburn Halle Berry
    Audrey Tautou María Rojo
    Beatriz Valdés Susu Pecoraru
    y olvidadas actrices de reparto
    y figurantes irreconocibles tras los trajes de época
    y desconocidas actrices de teatro
    todas desnudas por supuesto
    todas dispuestas a canjear besos por versos
    caricias por poemas / sexo por poesía
    que no es tan mal negocio / digo yo

    algunas me exigían firmar
    un contrato de confidencialidad
    otras rogaban discreción / solo eso
    y yo a todas prometí mi voto de silencio

    pero nada se dijo sobre la propia poesía
    un terreno neutral / poco ortodoxo


    seguramente ellas anotaron en sus diarios íntimos
    sus escarceos con un poeta adolescente
    seguramente ellas para llorar
    en las tórridas escenas de algún filme
    pensaban en mí / en nuestro sexo efímero
    y los aplausos y los premios
    y la emoción de los espectadores
    desconocían mis ronroneos de gatico feliz entre las sábanas

    los focos tienen eso
    la tramoya / los golpes de claqueta
    los libretos

    han pasado los años
    y es la primea que vez hablo de esto

    ellas seguramente ya ni se acordarán
    dirán que miento
    que no es primera vez ni soy el único
    que bueno / ya saben / los poetas

    pero también / seguramente
    leerán este poema a solas / en voz baja
    evocando los placeres de nuestras noches juntos

    Alexis

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  2. Gracias, poeta. Me encantó tu poema, que hago "mío" con gran facilidad. Abrazos. Jorge.

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