martes, 1 de octubre de 2013

La oportunidad de leer “La necesidad de escribir”





Mi amigo, el poeta y editor Felipe Lázaro (Betania) me envió hace unos días el libro “La necesidad de escribir”, de Julio Pino Miyar, con una encarecida invitación a leerlo. Agradecido, lo hice tan pronto pude, de continuo y con sostenido interés, pues se trata de un magnífico compendio de ensayos sobre temas que me importan mucho, y que aparecen perfectamente pensados y escritos. Ahora me toca extender a ustedes la invitación de Felipe, cosa que hago convencido y gustoso, animándome incluso a escribir una pequeña reseña sobre libro y autor, con la esperanza de que ésta los incline a su lectura. Para ello, con toda intención no haré análisis enjundiosos que puedan polarizar de antemano a los posibles lectores creándoles prejuicios infranqueables, sino que advertiré sobre algunos aspectos que (perdónenme el recurso) creo pueden crear un apetito en cierta medida morboso por estos ensayos.

Tras un exilio de veinticinco años aún sin resolver, Julio, que es un pensador finísimo y un buen comunicador, se muestra atravesado por varios dilemas que enriquecen su obra. El “exilio que no cesa” aquí también es rayo, pero además se “complica” con la fidelidad a postulados que, tras una (re) formulación esencialmente decimonónica, bullen en la primera mitad del XX para caer de súbito frente a la postmodernidad de sus postrimerías; hasta tal punto, que su retorno a “las aulas del saber” parece imposible a comienzos del XXI. Julio es positivista, pragmático, determinista, marxista… Y claro, en un mundo cada vez más relativista y escéptico, esta fórmula pensante, si, como es el caso, ocupa una mente lúcida y bien (in) formada, puede resultar de mucho interés.

Julio conserva del marxismo, sobre todo, la fascinación por la historia y la convicción de que la economía y el trabajo son sus principales motores. Es ahí donde se producen los más interesantes conflictos con la postmodernidad, la modernidad líquida, la muerte de la historia, o la consideración de la cultura como su aguijón principal y su salvación posible. Tales desencuentros son evidentes cuando se habla de lo clásico, la verdad, la realidad, la fantasía, la poética, la imagen; pero también cuando se “aterriza” en la obra de Freud, Vitier, Carpentier o Lezama. En este último caso, el conflicto se agudiza porque Julio no puede aceptar de ninguna manera que “la imagen sea la causa secreta de la historia”. Entonces, el irresuelto y melancólico exilio, junto al amor por la gran poesía, sin remedio chocan con el marxismo y su consecuente determinismo. Parece que se acarician dos gatos, pero se muerden dos tigres. Y lo hacen ante nosotros que, si sabemos aprovechar el lance y evitamos posicionarnos de manera extrema, nos divertiremos y sacaremos provecho hurgando en las entrelíneas de las falsas caricias, pues el árbitro, que es fino, inteligente, buen esgrimista, da mucho margen para ello. Sí, el enmascarado pugilato ambienta un intento más de cuadrar el círculo. Y aunque no vaticinamos puerto para tal empeño, como el geómetra y espadachín es habilidoso, si estamos atentos aprenderemos geometría… y esgrima.

Mis lectores saben que no soy marxista. Aunque el método marxista para estudiar la historia me sigue interesando, no tanto por la validez de sus tesis como por lo sugerente de sus hipótesis, yo afirmo con Lezama que la imagen es la causa (ya nada secreta) de la historia, más aún, de todo avatar humano, sea éste histórico o prehistórico. Y esta certeza ya no puedo "enfriarla" con la excusa poética. No llegó Lezama a tal conclusión por ser poeta, sino por ser un gran pensador. Pero, ¿acaso no es la poesía el mayor ejercicio de pensamiento posible? ¿Acaso no es la verdad poética la única digna de ser tenida en cuenta? Es obvio que no soy determinista, ni pragmático, ni sólidamente positivista. Sin embargo, leí “La necesidad de escribir” con verdaderos interés y placer. Porque la inteligencia y la pulcritud me atraen siempre, especialmente si unidas al hábito de pensar, y a la capacidad de transmitir lo pensado de manera coherente y fértil. Julio es un ensayista de primer nivel. No conozco a muchos otros que en castellano puedan desempeñarse en el género como él. Sabe pensar y escribir. Y lo hace, permítanme la expresión, preso de enormes contradicciones y pasiones (qué buen pensador no lo está), lo que garantiza un resultado entretenido y provechoso. Léanlo.

El enlace para descargarse gratuitamente el libro es:
 



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