viernes, 15 de agosto de 2014

Incesante amistad


























                                                                                                Para Pedrito, Luisito y Brito

 

Cuando supo que comencé a leer la obra de Abilio Estévez, mi gran amigo Pedro Luis Brito, que hace más de veinte años vive en Wyoming, compró “Inventario secreto de La Habana” y “Tuyo es el reino”, los metió en un sobre y me los envió a casa. ¿Existe algún regalo con más valor que un libro? Por supuesto, dos libros (río)… y la amistad, que es una de las más especiales y sabrosas variaciones del amor. Así que en aquel sobre acolchado llegaron dos excelentes obras que dieron cuerpo a un gesto de cariño que me resulta muy familiar. Lectura y amistad, saber y amor, pares perfectos para humanizar el tráfico de carga aéreo. Dos libros impresos en papel, dedicados de puño y letra por alguien que te quiere mucho, a quien quieres mucho, viajan unos 7.800 kilómetros para dar fe de que el hombre es un amante sin remedio, y si ha experimentado la amistad con hondura, quedará prendido a ella como un drogata impenitente.

Pocas cosas me enorgullecen tanto como mis amigos. Pocas me hacen tan feliz como comprobar en mis hijos capacidad y dotes para la amistad. Ante ella soy romántico, sin dudas, decimonónico incluso. Experimento una pasión anacrónica, propia de aquellas épocas en que el alma superó con creces al espíritu, y el hombre escuchó detenidamente a su ser más recóndito, dejándose llevar por él adonde los verdugos de la medida y la corrección jamás hubieran consentido en tiempos de juicioso y convenido aplomo. Entonces, para mis demonios (el relativista, el postmoderno, el escéptico) tengo un exorcista infalible: la amistad. Mi panda del XIX lo sabe. Está compuesta por seres que aman como yo, de una manera acaso anticuada, pero capaz de generar un flujo intercontinental de libros con dulces dedicatorias que desoriente a los más sofisticados misiles de la modernidad.

Y todo esto ¿en qué medida puede interesar a quienes me leen aquí? Bueno, esta nota también es romántica, o sea, una invitación al “desatino emocional” nacida en lo más mío de cuanto doy. Quién sabe si al otro lado de la maraña de ondas electromagnéticas que nos une (o no) hay algún revoltijo cordial, que, sincronizado con un alma del ochocientos, o quizás del medioevo, esté esperando que en cualquier rincón del mundo se libere su espoleta para detonar, o sea, buscar un libro, dedicarlo amablemente, y dar a un amigo grande su merecido.

Cuando soy puro espíritu y obro en clave neoclásica, o cuando descreo metódicamente, o cuando soy correcto y atiendo finos consejos literarios, evito escribir desde ángulos estrictamente personales, biográficos. Hay importantes autores que en esto fueron integristas. Decía, por ejemplo, Benn: “Si usted le quita a lo que ha rimado todo lo que tenga que ver con sus sensaciones y sentimientos, lo que queda, si es que queda algo, eso tal vez sea un poema”. Lúcida observación, muy útil si no se saca de quicio. Pero si se trata de celebrar la llegada de unos libros desde Wyoming, cuidadosamente dedicados por mi hermano Luisito; si se trata, además, de cursar una invitación a que nos dejemos llevar por el romántico que mal vive relegado en nuestra consciencia, ajustado a los rigores de un tiempo sin claros asideros afectivos, y de ese modo hagamos recordar a quien amamos que está vivo, cuando menos, porque vive en nosotros; entonces me demasío, me pongo la chistera, la levita, agarro el bastón de más historiada empuñadura, y en franco criollo mando al carajo a los aguafiestas para decir después, o gritar, si lo prefieren: ¡Estos amigos!... Qué lujo. No cesan. No vacan. Ni Bóreas en su versión pin-up pudo con ellos. Soy suyo. Son míos.



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