miércoles, 25 de febrero de 2015

Al monte, al monte… con Maura Morales





                                                                      DIONISO

                                                                      …al monte, al monte, donde espera
                                                                      la plebe de mujeres
                                                                      que han dejado telares y husos
                                                                      aguijoneadas por Dioniso.


                                                                      CORO

                                                                       …invitando a las posesas
                                                                       al monte, al monte. Y con placer,
                                                                       como un potro que pace junto a su madre,
                                                                       bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas.


                                                                                                                        Eurípides
                                                                                                                    (Las Bacantes)



Hace unos días, en una red social, y gracias al escritor Armando Valdés-Zamora, descubrí una estupenda bailarina. Maura Morales, se llama. Desde entonces estuve disfrutando su obra en los vídeos que se encuentran disponibles en Internet. Un portento esta mujer. De veras distinta y especial (con lo difícil que resulta serlo hoy día en cualquier campo) a lo que suelo ver en la danza contemporánea últimamente. ¿Cabe esperar algo nuevo en esta disciplina, atravesado el voraz siglo XX? ¿Cabe esperarlo, aquí, en el cuadrante noreste del mundo, en alguna actividad humana al margen de la ciencia? Esperemos que sí. Pero lo nuevo en el arte, si dirigido al hombre (de momento su único receptor posible) no puede serlo en su contra, y por tal razón, tendrá necesariamente que anclarse en su memoria, para, desde ella, dar el engañoso y definitivo salto: Nuevo, sí… más, mientras mayor resulte el diámetro del círculo: fuente-cántaro-hombre-fuente.      

Maura danza como una ménade. Antes de comunicar (nos) algo, lo ofrenda. (¿A quién?) Lo que veo y siento cuando baila, es primero una sustancia informe que no poseo ni puedo poseer ipso facto. Se trata de un asunto muy suyo, que hago mío después, poco a poco, en la medida en que me torno capaz de participar su rito. No es algo de ella para mí, sino de ella para un alguien que nos trasciende a ambos, pero con quien puedo también establecer un vínculo, sobre todo, si cuento con la eficaz mediación de la artista. Aquí debo explicarme. A ver si lo logro. Permítanme dar un pequeño rodeo.

Puede que conservemos una memoria genética, prehistórica, que nos convierta en portadores de unos estímulos insondables, anteriores al tiempo divino, lineal y asimétrico que asumimos cuando nos hicimos agricultores y ganaderos, sedentarios. Puede. Pero lo seguro del todo, es que somos y obramos sujetos a una memoria histórica que apila ya diez mil años de pasado, en cuyos albores el hombre se dio a un frenesí social que desembocó en el surgimiento de las primeras células urbanas, donde se estructuraron formalmente la mitología, la religión, el arte, la política, la guerra…

En el Creciente Fértil, (zona donde ocurrió la llamada revolución neolítica, muy vinculada al Mediterráneo y a los ríos Nilo, Jordán, Eúfrates y Tigris) una vez superada la Edad de Oro, el hombre se dio de bruces con la historia. Allí se generó la semilla común de lo que en términos culturales llamaríamos después Oriente y Occidente. En nuestra cultura occidental, que floreció más tarde alrededor del mar Egeo, el hombre concibió un aparato mitológico que tuvo su crisol en el panteón griego. De un mundo titánico, sujeto a un tiempo circular, machacón y ensimismado (prehistórico) se pasó a otro divino, que ocurría en un tiempo avaro, lineal y escapista (histórico). El hombre titánico, merced a la victoria de Zeus sobre Crono, y a la complicidad de Prometeo, pasó a ser pánico: todavía en Arcadia y poco urgido por asuntos temporales, pero después se hizo apolíneo, dionisiaco: avecindado en la polis, inmerso de lleno en la historia y sujeto a su inclemente tiempo.         

Fue Dioniso, último gran Dios entre los griegos, extranjero de raíz oriental e hijo adoptivo de Pan, quien auspició el cambio definitivo. Nos dice Jünger: “Dioniso representa la inversión, el cambio del tiempo”. Y es que el hombre subido a la historia con su implacable reloj, necesita darse unas higiénicas pausas para escapar a tan exigente sometimiento. El culto a Dioniso propicia estos intervalos, más aún, los hace obligatorios. La vida sin este dios resulta hueca, no reposta humanidad en sitio alguno, no permite al vividor salirse de sí, de su insulso destino, ni siquiera un instante. La fiesta es consustancial al hombre divino, y fuerza al tiempo a conceder el impasse humano, la pausa evasiva y reparadora.

Las fiestas dionisiacas no se celebran en la polis, sino en el bosque o las montañas, donde el devenir vuelve a detenerse. Pan acecha, participa, negocia carnalmente con las Ménades: mujeres que sirven a Dioniso liberadas de la cadena temporal, de la estricta función que tienen asignada en ella. Las Ménades danzan bajo el designio divino, se dan a portentosas orgías, infringen todas las reglas, incluso cometen asesinatos. Y todo ello lo hacen poseídas por su dios, que permite (exige) la ilusoria, pero imprescindible, liberación. 
  
Digo que Maura danza como una ménade, justo porque bailando consigue y ofrece la dicha liberación. Maura baila ante nosotros para Dioniso, sin dudas. Y sólo cuando aceptamos rendirnos ante el terrible pero necesario dios, logramos participar el evento: nos liberamos a través de ella (vehículo), y en su arte (ofrenda) validamos el éxtasis redentor.

Cuentan que la Duncan, considerada como la madre de la danza contemporánea, una suerte de renovada musa pagana que bailó en primicia el entonces emergente expresionismo, visitaba el Museo Británico de Londres para extraer sustancia y forma “danzables” del imaginario que contiene la cerámica griega. No sé si habrá encontrado en ella estímulo bastante para la revolución que inició en la danza moderna, pero de allí salió feminista, poseída por un nuevo daímon (como es lógico, nada manso ni convencional) y, en consecuencia, con la túnica semiabierta, las piernas desnudas y los pies descalzos.

Algo parecido sucedió con Martha Graham. En pleno auge del expresionismo, incluso en sus postrimerías, esta bailarina también se nutre de un espíritu pagano para contestar y trascender la danza académica, representada todavía en aquellos momentos, casi en exclusiva y a pesar de las pujantes vanguardias, por el ballet. Tanto en los asuntos como en las formas, la Graham, que cultiva con acierto la semilla de Isadora, se vale de Grecia; sobre todo en su trayectoria de posguerra, cuando recrea varios mitos clásicos. Especialmente relevante en este sentido resulta su obra Night Journey, donde retoma el mito de Edipo muy centrada en la figura de Yocasta.

Pero ni en la Duncan ni en la Graham predomina, creo yo, un impulso dionisiaco. Isadora busca en la naturaleza lo que Martha en las artes de todo tipo. La una es pánica, la otra, apolínea. En mi opinión, es en la obra radicalmente vanguardista de Mary Wigman donde lo dionisiaco asoma con gran poderío para desarrollarse en todo su esplendor. La Wigman es capaz de bailar la música atonal, de bailar sin música. Aquí lo narrativo carece de interés. La gestualidad es honda, pero libertaria, y en algunas ocasiones raya en lo satánico. La bailarina y coreógrafa incorpora elementos orientales, incluso máscaras, recursos ambos de cariz báquico. En lo más integrista de su obra, se subvierte del todo el orden establecido, se baila para satisfacer a un alma desinhibida que apenas logra gobernar su cuerpo. Esta es la artista que baila a fondo el expresionismo con su sobrecarga psicológica, emotiva y trágica, pero también el fauvismo, el dadaísmo, el surrealismo. Su obra no sólo conecta con lo dionisiaco, sino que a la vez parece aludir a un entorno órfico-pitagórico. En mi opinión, Hexentanz (Danza de Brujas) es una de las obras más dionisiacas del siglo XX. Aquí no hay fiesta, claro está, como no la hay en el grueso de la obra de Wigman, pero sí alienación, y una total liberación frente a lo apolíneo. La tragedia no es ajena a Dioniso. Todo lo contrario. Recuerden que este género, (y el teatro griego al completo, para decir mejor) nace precisamente de su culto. Lo dionisiaco puede resultar también muy trágico. Recuerden que, husmeando en una bacanal, inducido por el propio dios, Penteo perdió la cabeza a manos de su madre.

Justo en la línea conceptual incoada por Wigman, aunque salvando las lógicas distancias, y entendiendo como imprescindible su actualización, ubico yo la obra de Maura Morales en su doble faceta de bailarina y coreógrafa. A diferencia de la artista alemana, Maura narra y baila con música; sí, pero su relato danzante se aparta con claridad del canon apolíneo en dirección al agon dionisiaco. Nada tiene que ver el tempo de Maura con el de Wigman, nada tiene que ver el temperamento de la una con el de la otra, son muy diferentes en tensión dramática y en lirismo (hablamos de una artista moderna y otra postmoderna; la una, centroeuropea, la otra, caribeña) pero lo común a ambas es el sino libertario.   

La obra de Maura está marcada por ese sino. Es muy distinta a otras igualmente vanguardistas. Compárese, por ejemplo, con la de Milena Sidorova, la de Sol León junto a Paul Lightfoot en el Nederlands Dans Theater, la de la compañía Liss Fain Dance; todas ellas de primerísima calidad, que exploran con acierto diferentes géneros, incluso fusionándolos de manera tan sorpresiva como exitosa, pero siempre con un talante sin dudas apolíneo, por su preciosismo, por la suma afinación. Maura, que por suerte no cabe en la escuela camagüeyana, cubana, (ella es de Camagüey, Cuba) ni tampoco calza con exactitud en la actual Danza Urbana, domina todos los palos de su arte, pero además tiene algo muy especial: sencillamente baila con perentoria y total libertad. Libertad. Libertad… 

Maura danza como una ménade, insisto. Tal vez por eso su obra me resulte tan atractiva. En ella todo conduce a la liberación, a la subversión del tiempo para el impasse humano. Ni la técnica (que la tiene, y mucha) ni la gravedad (que no puede evitar) ni el relato (en que suele apoyarse) ni siquiera la música (que es su perfecta coartada, pues tiene una musicalidad que apabulla) son aquí elementos esenciales. Lo esencial es el paréntesis libertario, donde el tiempo deja de ser pautado en el reloj, y el espacio pierde su fuerza determinante. Alienación, pero muy nuestra; entendida justo como higiénica parada para repostar humanidad. La obra de Maura permite a sus espectadores salirse de sí mismos, ser por un instante dios, ménade, sileno, enmascarado bufón; participar la nutritiva bacanal, y golpear con el tirso, una y otra vez, el cableado cerebro de las máquinas…. Échense al monte con ella. Véanla bailar.                   

                                                                 
                                                                       CORO

                                                                       Dioniso, Dioniso, no Tebas, manda en mí.

                                                                                                                Eurípides
                                                                                                              (obra citada)

 


Pulsen este enlace para ver un tráiler de “Ella”. Coreógrafa y bailarina: Maura Morales

https://www.youtube.com/watch?v=OIvQvqprAE4


También les dejo varios enlaces por si quieren ver algunos vídeos con trabajos (coreografía y/o danza) de Isadora Duncan, Martha Graham, Mary Wigman, Milena Sidorova, Sol León junto a Paul Lightfoot y Liss Fain Dance; ejemplos todos de lo que sobre ellas comenté en el texto


Duncan:
https://www.youtube.com/watch?v=Kq2GgIMM060

Graham:
https://www.youtube.com/watch?v=fFNsKeMbW20

Wigman:
https://www.youtube.com/watch?v=AtLSSuFlJ5c

Sidorova:
https://www.youtube.com/watch?v=JItkRLVlf-c

Sol León y Paul Lightfoot:
https://www.youtube.com/watch?v=tFEpyyAlvyg

Liss Fain Dance:
https://www.youtube.com/watch?v=wZRNEnXqu1M



jueves, 19 de febrero de 2015

Los nombres del amor






 
La Fundación Jorge Guillén acaba de publicar en su colección Cortalaire mi poemario Los nombres del amor. Como es norma en esa querida y respetada institución, una de las que más y mejor trabaja por la poesía en el ámbito de nuestras letras, el libro está muy bien editado, cuidadísimo. Estoy satisfecho y agradecido. Se trata de un poemario que, milagrosamente, pudo con la penumbra que lo ajustó durante más de un lustro a la rigurosa y escueta geometría de mi horaciano cajón.

Aquí está. Corro la voz, por si alguien quiere hurgar conmigo en esa imagen prima, arquetípica, que nos explica y justifica como especie: el Amor; en este poemario entendido (intuido, para ser más preciso y menos pretencioso) como un impulso totalizador e inabarcable, al que, sin embargo, y aunque de manera involuntaria, solemos poner diversos motecillos con la idea de facilitarnos su comprensión y consecuente retención.

Aun con dudas al respecto, probé endosar al Amor veinticuatro títulos, participando una vez más el peregrino afán. Y fracasé, claro. Pero quién sabe si por el camino pude señalar y remarcar, a través de la razón y la verdad poéticas, alguna esquiva potencia del Soberano. Quizás el fallido intento nominativo ayude a engrandecer su fábula, y, por esa vía, (¿qué somos, sino fabuladores empedernidos?) acicale su trono. Más nos vale agarrarnos al tobillo de tan legendario Rey.

El tiempo y los lectores dirán si tuvo sentido el empeño, pero de momento hago lo que debo: difundir la noticia por los medios a mi alcance. Acompaño así el esfuerzo hecho por la Fundación Jorge Guillén (gracias Antonio, Carlos, Pilar, Marta y Luis) para que este poemario pudiera llegar a los lectores de poesía. Aquí les dejo dos poemas (apertura y cierre del libro). Y también unas palabras de Carmen Morán, filóloga, doctora y profesora de la Universidad de Valladolid, que, tan atinada como siempre, se refirió a Los nombres del amor, entonces inédito, en un ensayo que dedicó al conjunto de mi obra poética hace un par de años. Gracias de nuevo, Carmen.



Neuma
(de la nada al amor)


                            ¿De qué perdida claridad venimos?
                                                        Blanca Varela


La nada primigenia, totalidad blanquísima,
a expensas de la corrupción que atañe
a todo concepto que se sube al tiempo,
mientras huía de las definiciones,
o sea, de nosotros, ––tal vez nos barruntaba
ingeniosos y parlantes acólitos del Todo––
quién sabe si para despistarnos
o para compensarnos el día que,
también subidos al tiempo
topáramos con ella;
aspiró y exhaló su propia esperma
emanando un temblor ingobernable.
No materia, no, tampoco antimateria,
un temblor en sí ––tensión desordenada––
cuyo designio de colmo sin embargo
lo hizo cardinal para nosotros.
Un temblor que repele nuestros nombres,
que no somete su esencia a la palabra,
que no escolta obediente en la imagen
las procesiones del aire.

Y a tan sugerente prueba
de lo fecundo-inefable consustancial a la nada
cuando en el tiempo enrolada se desdobla,
miraron siempre, confusas,
la razón y la experiencia:
¿Qué llevaba la nada en su costado fértil?
¿Hizo falta un demiurgo que lo detonara?
¿Qué arcano, qué placebo liberó para nosotros?
¿Y cómo nombrarlo, penetrarlo, poseerlo?
¿Cuál es el precio de un regalo tan etéreo,
sin un número al dorso,
un nombre en el anverso?

La nada impura, desdoblada, dicha,
a nosotros en el tiempo finalmente unida,
esparce el fruto de su neuma en los milenios.
Su temblor fundante, siempre presto,
cruza el tiempo del caos al holograma
hollando fuerte en elevadas cimas:
la Epopeya, la Tragedia, las Sagradas Escrituras,
las Normas de Caballería, la Divina Comedia,
los Canales de Venecia, los Jardines de Versalles,
los decimonónicos abismos de Occidente... Grandes
escenarios compuestos por nosotros
para exhibición de tan caro advenimiento
y del vértigo que integra su vacío.

Pero todo tiene un precio.
La nada, ahora ya totalidad oscura,
liada en el mapa de las abstracciones,
en la polución que causa su cuestionamiento
paga el lado genitor de su periplo.
...Y nosotros también lo pagaremos
si no convenimos lo contrario.
El amor se nos ofrece siempre
peligrosamente unido a la conciencia.
El precio del temblor que nos explica
cuelga en los ánimos especulativos;
pero también, para que grave incluso
los ánimos más simples, más serenos,
cuelga del horizonte mismo.
El precio es la certeza de la pérdida;
sabernos condenados al principio:
No amantes. No imagen. No piedra.
Perfecta claridad recuperada.
Totalidad blanquísima de nuevo.
Nada en puridad: Todo potencia.

Convengamos evadirlo.
Tú, lector, siempre que puedas hazlo:
No aceptes. No pagues. Crea.
Ama sin más. Enrócate en la imagen.
Acude a lo divino. Haz lo que haga falta
pero tiembla...
Cuélgate del cero y mécete.
Aunque parezca ocioso, nombra,
numera, apila...
Que siga el temblor atravesando tiempo.
Ayuda a cuidar los escenarios viejos.
Ayuda también a componer los nuevos.
Memoriza, imagina...
Que no se agote, mientras la nada deriva,
el eco de su neuma.



Los nombres del amor


                              ¿Quién vendrá de lo alto
                              con fragmentos de viento
                              a darte nombres?

                                                    Valente


Dije, entre otros muchos nombres:
neuma/ oscuridad/ motor/ alteridad/ convenio/ temeridad/
dolor/ redondez/ codicia/ fidelidad/ dependencia/ reposo/
fatalidad/ grieta/ narcisismo/ arraigo/ epifanía/ inocencia/
camuflaje/ miedo/ erotismo/ aislamiento/ dominio/ ilusión...

Muchas veces intenté alcanzarlo, siquiera rozarlo.
No con su nombre más abstracto, ése, sonoro,
que a falta de otras dimensiones
arracima como puede en el turbión emocional de quienes aman;
sino con esos otros, hijos mimados de la imagen,
que bajo su silente y sugestiva saya
tan bien se nos esconden.

Los busqué en tantas voces...
Los invoqué de tantas y distintas formas...
Acaso los dije sin poder con ello
ni atisbar su karma.

Este libro exhibe mi halagüeño fiasco:

Relincha lo inefable en su asteroide.
No tintan a la luz los nombres del amor.
Todavía quedan nombres que buscar
                                                             
                                                                     entre las sombras.

Todavía quedan sombras en el reino de
                                               
                                                                     los nombres.




Palabras extraídas del ensayo “Avistando la poesía de Jorge Tamargo”
Carmen Morán
Revista Adarve, nº6 (2013). Universidad de Jaén



       […] Los nombres del amor es —puede apreciarse ya en el título— una relectura (una reescritura palimpsestuosa, como inevitablemente lo es toda la poesía en la posmodernidad) de Los nombres de Cristo de Fray Luis de León. Se hace ahora, al reparar en ello, más patente el platonismo que se ha podido intuir ya, cuando he afirmado que libertad y amor son para Tamargo imposibles necesarios, esencias de las que solo atrapamos sombras que, sumadas, dan una imagen más o menos completa, nunca completa del todo, de la Idea. “Neuma”, “Oscuridad”, “Motor”, “Alteridad”, “Convenio”, “Temeridad”, “Dolor”… son algunos de los nombres del amor, algunos de los veinticuatro títulos que conforman este libro, a los que se suma un último poema, que sirve de recapitulación y explica el sentido definitivo del tratado (pues estamos ante un auténtico tratado ontológico sobre la Idea platónica, absoluta, del Amor). El título de ese último poema coincide con el del libro, “Los nombres del amor”, y la conclusión que ofrecen sus versos finales, en aparente desaliento, es en realidad una invitación a proseguir la infatigable tarea de perseguir la Idea del Amor (con mayúscula), descubriendo cuantos podamos de entre sus infinitos nombres: “Este libro exhibe / mi halagüeño fiasco: / Relincha lo inefable en su asteroide / no tintan a la luz los nombres del amor. / Todavía quedan nombres que buscar entre las sombras / Todavía quedan sombras en el reino de los nombres.”

       Los siete primeros poemas son los que mayor carga metafísica, conceptual, reúnen. El séptimo es “Dolor”, firme rechazo a la asepsia artificial de un amor que no duela. El poeta se muestra consciente de que su discurso puede ser demodé, kitsch incluso, en su denodada celebración de la emoción a flor de piel en la era de los afectos divulgados vía Twitter: “Perdonad este discurso decadente / en los ínclitos umbrales de la holografía”. El final del poema (la división, clara, la establecería el perentorio imperativo “Atended”) nos llega como un eco —literalmente: las asonancias (periferia, suena, era, Pompeya…) lo hacen posible— el ejemplo de los amantes calcinados en la ciudad romana. Esta última referencia parte, en mi opinión, de otra elaboración poética del tema, la del compatriota de Tamargo Víctor Casaus (La Habana, 1944). En su libro Todos los días del mundo, Casaus incluye “De la Historia Universal”, que comienza: “Me han contado que en Pompeya / entre las ruinas dejadas por el paso de la lava / una vez se hallaron mezcladas con vasijas / que la ceniza conservó y perros que ahora duermen / bajo el polvo / dos figuras que hacían y deshacían el amor / en aquel temprano día del año 79 / enlazados en ese abrazo que como se ha visto / pudo más que la muerte”. La mención de los restos de los amantes mezclados con los de los perros se fusiona, en la recreación de Tamargo, donde los amantes son los perros.

       A partir de ese pórtico, la disquisición abstracta sobre la idea del amor se concreta en un amor particular —lo autobiográfico siempre, como vemos, permeando la voz lírica del poeta. Suceden entonces, a la disquisición, poemas mucho más directos, dirigidos a un tú, a una amada real: “Codicia”, “Fidelidad”, “Soledad”… Establecidas ya en los primeros poemas las bases teóricas, aparece ahora la vida cotidiana, común, “un café, un poema, un concierto, un viaje”, y también otras formas, otras advocaciones del Amor: el amor a los hijos, al recuerdo del padre, a la tierra de acogida… Incluso la ironía cabe —en “Fidelidad”, el título es inmediatamente desmentido/confirmado por un subtítulo burlón: “a nadie más engaño”. La enumeración de las otras con las que el poeta engaña a la amada — esa chica del tiempo, la Maga, Lolita, Gala, Frida, Praga, La Habana, Toledo, Circe, la Magdalena…—se compendia en una sola idea: “Todos los días, todos, te engaño / con la belleza”. La conclusión del poema enlaza con la cita inicial, pero lo que al principio parecía solamente burla, ahora, sin dejar de serlo, adquiere un sentido más profundo: “Ya ves, sólo te engaño a ti. / A nadie más amo yo / hasta el engaño.”

       Tiene cabida en Los nombres del amor cierto irracionalismo en las imágenes, aunque muy medido, como no puede ser de otro modo en quien, como Tamargo, descree de una palabra poética que no esté preñada de significado. Se sitúa en esto el poeta en la estela de la tradición predominante en el surrealismo hispánico, que no pierde del todo el númeno ordenador, dotador de nombre y de sentido, y que se vale de las imágenes irracionales como piezas que una estricta razón manipula. El irracionalismo de Tamargo se me antoja especialmente feliz en los momentos en que el erotismo asoma en el poema (por ejemplo, en la composición titulada precisamente “Erotismo”), que nos deja un verso de gran potencia expresiva que revela el conocimiento de la tradición surrealista: “Suben potros azules por tu espalda”. […]






El libro se puede adquirir en cualquier librería de España (ISBN: 978-84-15046-29-5). Lo distribuye Pórtico Librerías, que también trabaja en el extranjero. Se puede pedir, por supuesto, a las librerías de Valladolid, especialmente a: El árbol de las letras, A pie de página, Oletum y Margen.


viernes, 13 de febrero de 2015

Lumme edita “Bajas pasiones…”







Hoy recibí la noticia de que mi ensayo “Bajas pasiones en la cabaña poética del castellano” ha sido publicado en Brasil por la exquisita editorial Lumme. Su director, el artista, poeta y promotor cultural, Francisco dos Santos, me envió además la maqueta en formato digital. En ella se aprecian el talento y el oficio a que nos tiene acostumbrado este editor. Pero para mayor placer todavía, veo los excelentes dibujos con que Francisco acompaña el texto. Es todo un lujo para mí que el editor se comprometa con el ensayo, también, en su condición de talentoso artista plástico. Lo agradezco públicamente.  

Aquí les dejo un par de extractos para que, quienes no conozcan el texto, puedan intuir por dónde va:

[…] no nos hemos librado de nuestro interesado y dañino sectarismo poético desde el XVII hasta ahora; ejercido éste desde movimientos, manifiestos, revistas, periódicos, cátedras, editoriales, premios literarios, ect. Ahí están, por ejemplo, la dura disputa pública sostenida entre Iriarte y Forner en el siglo XVIII, la no menos agria entre Quintanistas y Moratinistas a principios del XIX… Nada cambió llegados al XX, todo lo contrario, porque tanto el Novecentismo como la Generación del 27 padecieron igual mal. Este último movimiento alcanzó el colmo de lo sectario y excluyente […]

[…] El siglo XX español está cargado de intentos parecidos. Cada tendencia o grupo (se sucedieron muchos) pretendió controlar la charca, ya fuera para acicalar o torcerle el cuello a la fatigada y fatigante ave. Ultraísmo, Poesía Social, Postismo, Generación de los 50, Novísimos, Poesía de la Experiencia, Poesía del Silencio, Poesía de la Conciencia y un largo etcétera; algunos de ellos, movimientos con vocación excluyente que trataron de acallar a sus “contrarios” en la medida que les fue posible, y al margen de los cuales tenían poco que hacer, más allá de levantar su obra en silencio, los poetas que no calzaban en sus Tablas. Especial mención merece la llamada Poesía de la Experiencia, que avalada por un radical cambio sociopolítico acontecido en el país, logró emerger con fuerza en los ochenta y levantar un emporio tiránico en los noventa que aún mantiene en buena medida. Sus miembros, como sucediera cincuenta años antes con la Generación del 27, S.A., lograron posicionarse en todos los estamentos útiles a sus ambiciones, y desde ellos ejercieron, ejercen un espurio reinado que lastra a la poesía en castellano por abajo y por arriba, obstruyendo las arterias de su tradición y secando las venas que deben irrigar su porvenir […]

En este caso los invito especialmente a la lectura, porque aunque se esté más o menos de acuerdo con lo que digo, el asunto tratado tiene interés de cara al necesario acicalamiento del mayor laboratorio con que cuenta nuestra (cualquier) lengua: la poesía… su producción, ponderación y difusión.

Aunque el texto ha sido publicado digitalmente, y se puede encontrar en la red, invito encarecidamente a que, quienes puedan hacerlo, compren el libro (plaquette). Y lo hago por dos razones. La primera, porque Lumme edita verdaderos libros-objeto. Es una editorial que cuida su producto como muy pocas otras lo hacen hoy día. En este caso, no sólo el texto podría interesar (ojalá así fuera) sino que interesa el librito en sí mismo. La segunda, porque una editorial como Lumme, que en los tiempos que corren mantiene tales niveles de exigencia y calidad, merece ver valorado y recompensado su esfuerzo por quienes todavía saben apreciar estas cosas.

Aquí les dejo el enlace que deben pulsar si quieren comprarlo:


Mi agradecimiento especial a José Kozer, gran poeta y amigo, por el empeño personal que ha puesto en la difusión de este ensayo.