jueves, 19 de febrero de 2015

Los nombres del amor






 
La Fundación Jorge Guillén acaba de publicar en su colección Cortalaire mi poemario Los nombres del amor. Como es norma en esa querida y respetada institución, una de las que más y mejor trabaja por la poesía en el ámbito de nuestras letras, el libro está muy bien editado, cuidadísimo. Estoy satisfecho y agradecido. Se trata de un poemario que, milagrosamente, pudo con la penumbra que lo ajustó durante más de un lustro a la rigurosa y escueta geometría de mi horaciano cajón.

Aquí está. Corro la voz, por si alguien quiere hurgar conmigo en esa imagen prima, arquetípica, que nos explica y justifica como especie: el Amor; en este poemario entendido (intuido, para ser más preciso y menos pretencioso) como un impulso totalizador e inabarcable, al que, sin embargo, y aunque de manera involuntaria, solemos poner diversos motecillos con la idea de facilitarnos su comprensión y consecuente retención.

Aun con dudas al respecto, probé endosar al Amor veinticuatro títulos, participando una vez más el peregrino afán. Y fracasé, claro. Pero quién sabe si por el camino pude señalar y remarcar, a través de la razón y la verdad poéticas, alguna esquiva potencia del Soberano. Quizás el fallido intento nominativo ayude a engrandecer su fábula, y, por esa vía, (¿qué somos, sino fabuladores empedernidos?) acicale su trono. Más nos vale agarrarnos al tobillo de tan legendario Rey.

El tiempo y los lectores dirán si tuvo sentido el empeño, pero de momento hago lo que debo: difundir la noticia por los medios a mi alcance. Acompaño así el esfuerzo hecho por la Fundación Jorge Guillén (gracias Antonio, Carlos, Pilar, Marta y Luis) para que este poemario pudiera llegar a los lectores de poesía. Aquí les dejo dos poemas (apertura y cierre del libro). Y también unas palabras de Carmen Morán, filóloga, doctora y profesora de la Universidad de Valladolid, que, tan atinada como siempre, se refirió a Los nombres del amor, entonces inédito, en un ensayo que dedicó al conjunto de mi obra poética hace un par de años. Gracias de nuevo, Carmen.



Neuma
(de la nada al amor)


                            ¿De qué perdida claridad venimos?
                                                        Blanca Varela


La nada primigenia, totalidad blanquísima,
a expensas de la corrupción que atañe
a todo concepto que se sube al tiempo,
mientras huía de las definiciones,
o sea, de nosotros, ––tal vez nos barruntaba
ingeniosos y parlantes acólitos del Todo––
quién sabe si para despistarnos
o para compensarnos el día que,
también subidos al tiempo
topáramos con ella;
aspiró y exhaló su propia esperma
emanando un temblor ingobernable.
No materia, no, tampoco antimateria,
un temblor en sí ––tensión desordenada––
cuyo designio de colmo sin embargo
lo hizo cardinal para nosotros.
Un temblor que repele nuestros nombres,
que no somete su esencia a la palabra,
que no escolta obediente en la imagen
las procesiones del aire.

Y a tan sugerente prueba
de lo fecundo-inefable consustancial a la nada
cuando en el tiempo enrolada se desdobla,
miraron siempre, confusas,
la razón y la experiencia:
¿Qué llevaba la nada en su costado fértil?
¿Hizo falta un demiurgo que lo detonara?
¿Qué arcano, qué placebo liberó para nosotros?
¿Y cómo nombrarlo, penetrarlo, poseerlo?
¿Cuál es el precio de un regalo tan etéreo,
sin un número al dorso,
un nombre en el anverso?

La nada impura, desdoblada, dicha,
a nosotros en el tiempo finalmente unida,
esparce el fruto de su neuma en los milenios.
Su temblor fundante, siempre presto,
cruza el tiempo del caos al holograma
hollando fuerte en elevadas cimas:
la Epopeya, la Tragedia, las Sagradas Escrituras,
las Normas de Caballería, la Divina Comedia,
los Canales de Venecia, los Jardines de Versalles,
los decimonónicos abismos de Occidente... Grandes
escenarios compuestos por nosotros
para exhibición de tan caro advenimiento
y del vértigo que integra su vacío.

Pero todo tiene un precio.
La nada, ahora ya totalidad oscura,
liada en el mapa de las abstracciones,
en la polución que causa su cuestionamiento
paga el lado genitor de su periplo.
...Y nosotros también lo pagaremos
si no convenimos lo contrario.
El amor se nos ofrece siempre
peligrosamente unido a la conciencia.
El precio del temblor que nos explica
cuelga en los ánimos especulativos;
pero también, para que grave incluso
los ánimos más simples, más serenos,
cuelga del horizonte mismo.
El precio es la certeza de la pérdida;
sabernos condenados al principio:
No amantes. No imagen. No piedra.
Perfecta claridad recuperada.
Totalidad blanquísima de nuevo.
Nada en puridad: Todo potencia.

Convengamos evadirlo.
Tú, lector, siempre que puedas hazlo:
No aceptes. No pagues. Crea.
Ama sin más. Enrócate en la imagen.
Acude a lo divino. Haz lo que haga falta
pero tiembla...
Cuélgate del cero y mécete.
Aunque parezca ocioso, nombra,
numera, apila...
Que siga el temblor atravesando tiempo.
Ayuda a cuidar los escenarios viejos.
Ayuda también a componer los nuevos.
Memoriza, imagina...
Que no se agote, mientras la nada deriva,
el eco de su neuma.



Los nombres del amor


                              ¿Quién vendrá de lo alto
                              con fragmentos de viento
                              a darte nombres?

                                                    Valente


Dije, entre otros muchos nombres:
neuma/ oscuridad/ motor/ alteridad/ convenio/ temeridad/
dolor/ redondez/ codicia/ fidelidad/ dependencia/ reposo/
fatalidad/ grieta/ narcisismo/ arraigo/ epifanía/ inocencia/
camuflaje/ miedo/ erotismo/ aislamiento/ dominio/ ilusión...

Muchas veces intenté alcanzarlo, siquiera rozarlo.
No con su nombre más abstracto, ése, sonoro,
que a falta de otras dimensiones
arracima como puede en el turbión emocional de quienes aman;
sino con esos otros, hijos mimados de la imagen,
que bajo su silente y sugestiva saya
tan bien se nos esconden.

Los busqué en tantas voces...
Los invoqué de tantas y distintas formas...
Acaso los dije sin poder con ello
ni atisbar su karma.

Este libro exhibe mi halagüeño fiasco:

Relincha lo inefable en su asteroide.
No tintan a la luz los nombres del amor.
Todavía quedan nombres que buscar
                                                             
                                                                     entre las sombras.

Todavía quedan sombras en el reino de
                                               
                                                                     los nombres.




Palabras extraídas del ensayo “Avistando la poesía de Jorge Tamargo”
Carmen Morán
Revista Adarve, nº6 (2013). Universidad de Jaén



       […] Los nombres del amor es —puede apreciarse ya en el título— una relectura (una reescritura palimpsestuosa, como inevitablemente lo es toda la poesía en la posmodernidad) de Los nombres de Cristo de Fray Luis de León. Se hace ahora, al reparar en ello, más patente el platonismo que se ha podido intuir ya, cuando he afirmado que libertad y amor son para Tamargo imposibles necesarios, esencias de las que solo atrapamos sombras que, sumadas, dan una imagen más o menos completa, nunca completa del todo, de la Idea. “Neuma”, “Oscuridad”, “Motor”, “Alteridad”, “Convenio”, “Temeridad”, “Dolor”… son algunos de los nombres del amor, algunos de los veinticuatro títulos que conforman este libro, a los que se suma un último poema, que sirve de recapitulación y explica el sentido definitivo del tratado (pues estamos ante un auténtico tratado ontológico sobre la Idea platónica, absoluta, del Amor). El título de ese último poema coincide con el del libro, “Los nombres del amor”, y la conclusión que ofrecen sus versos finales, en aparente desaliento, es en realidad una invitación a proseguir la infatigable tarea de perseguir la Idea del Amor (con mayúscula), descubriendo cuantos podamos de entre sus infinitos nombres: “Este libro exhibe / mi halagüeño fiasco: / Relincha lo inefable en su asteroide / no tintan a la luz los nombres del amor. / Todavía quedan nombres que buscar entre las sombras / Todavía quedan sombras en el reino de los nombres.”

       Los siete primeros poemas son los que mayor carga metafísica, conceptual, reúnen. El séptimo es “Dolor”, firme rechazo a la asepsia artificial de un amor que no duela. El poeta se muestra consciente de que su discurso puede ser demodé, kitsch incluso, en su denodada celebración de la emoción a flor de piel en la era de los afectos divulgados vía Twitter: “Perdonad este discurso decadente / en los ínclitos umbrales de la holografía”. El final del poema (la división, clara, la establecería el perentorio imperativo “Atended”) nos llega como un eco —literalmente: las asonancias (periferia, suena, era, Pompeya…) lo hacen posible— el ejemplo de los amantes calcinados en la ciudad romana. Esta última referencia parte, en mi opinión, de otra elaboración poética del tema, la del compatriota de Tamargo Víctor Casaus (La Habana, 1944). En su libro Todos los días del mundo, Casaus incluye “De la Historia Universal”, que comienza: “Me han contado que en Pompeya / entre las ruinas dejadas por el paso de la lava / una vez se hallaron mezcladas con vasijas / que la ceniza conservó y perros que ahora duermen / bajo el polvo / dos figuras que hacían y deshacían el amor / en aquel temprano día del año 79 / enlazados en ese abrazo que como se ha visto / pudo más que la muerte”. La mención de los restos de los amantes mezclados con los de los perros se fusiona, en la recreación de Tamargo, donde los amantes son los perros.

       A partir de ese pórtico, la disquisición abstracta sobre la idea del amor se concreta en un amor particular —lo autobiográfico siempre, como vemos, permeando la voz lírica del poeta. Suceden entonces, a la disquisición, poemas mucho más directos, dirigidos a un tú, a una amada real: “Codicia”, “Fidelidad”, “Soledad”… Establecidas ya en los primeros poemas las bases teóricas, aparece ahora la vida cotidiana, común, “un café, un poema, un concierto, un viaje”, y también otras formas, otras advocaciones del Amor: el amor a los hijos, al recuerdo del padre, a la tierra de acogida… Incluso la ironía cabe —en “Fidelidad”, el título es inmediatamente desmentido/confirmado por un subtítulo burlón: “a nadie más engaño”. La enumeración de las otras con las que el poeta engaña a la amada — esa chica del tiempo, la Maga, Lolita, Gala, Frida, Praga, La Habana, Toledo, Circe, la Magdalena…—se compendia en una sola idea: “Todos los días, todos, te engaño / con la belleza”. La conclusión del poema enlaza con la cita inicial, pero lo que al principio parecía solamente burla, ahora, sin dejar de serlo, adquiere un sentido más profundo: “Ya ves, sólo te engaño a ti. / A nadie más amo yo / hasta el engaño.”

       Tiene cabida en Los nombres del amor cierto irracionalismo en las imágenes, aunque muy medido, como no puede ser de otro modo en quien, como Tamargo, descree de una palabra poética que no esté preñada de significado. Se sitúa en esto el poeta en la estela de la tradición predominante en el surrealismo hispánico, que no pierde del todo el númeno ordenador, dotador de nombre y de sentido, y que se vale de las imágenes irracionales como piezas que una estricta razón manipula. El irracionalismo de Tamargo se me antoja especialmente feliz en los momentos en que el erotismo asoma en el poema (por ejemplo, en la composición titulada precisamente “Erotismo”), que nos deja un verso de gran potencia expresiva que revela el conocimiento de la tradición surrealista: “Suben potros azules por tu espalda”. […]






El libro se puede adquirir en cualquier librería de España (ISBN: 978-84-15046-29-5). Lo distribuye Pórtico Librerías, que también trabaja en el extranjero. Se puede pedir, por supuesto, a las librerías de Valladolid, especialmente a: El árbol de las letras, A pie de página, Oletum y Margen.


2 comentarios:

  1. Felicidades Jorge. Si lo recomienda un Guillén, debe ser bueno! Tremenda gaveta!

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  2. Gracias, amigo. Ah, Guillenes los hay buenos y malos, recuerda. Río. Abrazos.

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