jueves, 20 de abril de 2017

HISPANOS, DEMASIADO HISPANOS... SIBONEYISMO DEL SIGLO XXI







Todo lo que España ha podido hacer por los exiliados cubanos nos lo debían con creces. Sea sólo que por mencionar algunos de esos deberes: la vil reconcentración llevada a cabo por Valeriano Weyler, "un grande de España", y el enriquecimiento del que se beneficiaron innumerables españoles en Cuba durante la República, despojados luego en 1959, por esa misma tiranía a la que honrarán con su visita el presidente de España y su Rey.

Lo que trajeron La Niña, La Pinta y La Santa María.

       Zoe Valdés.
                    Tomado literalmente (botón derecho / copiar /
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En este espacio no pretendo resultar polémico. Puede que lo sea en ocasiones, porque suelo tratar algunos temas culturales sobre los que es muy difícil que exista consenso, pero jamás me lo planteo a priori. Aquí no hablo de política abiertamente. No quiero ni puedo flotar en un medio apolítico, porque el hombre que vive en estado civil, más aún, en estado estético y moral, es incapaz de tal cosa, pero intento evitar (sólo aquí, insisto) un discurso de alta tensión política, pues ello, en mi opinión, restaría calado y luz larga al análisis de los asuntos que abordo. Y también, lo reconozco, porque implicaría conceder cierta credibilidad a quienes ejercen ese menguante oficio, (el de la política y el politiqueo, quiero decir) cuyos valores y capacidades son cada vez más precarios y pedestres. Tampoco suelo hablar aquí especialmente de Cuba. Como no puede ser de otra manera, toco temas relacionados con mi país natal, pero en la medida en que toco los que afectan a otros países o naciones. Y lo mismo hago cuando escribo sobre creadores a quienes admiro y respeto. Si son cubanos, perfecto, y si no lo son, también. Resumiendo, en este espacio huyo de la política de bajo nivel en general, como lo hago en particular del nacionalismo y el chovinismo, dos de sus más encendidos voceros: con absolutas premeditación y convicción. A mi entender, haciéndolo resulto muy político, pero ese es otro asunto en el que hoy no entro. Si alguien quiere acompañarme por ahí, que lea los artículos que publiqué al respecto en anteriores ocasiones: dos, de un total de ciento sesenta, lo que implica un 0,0125%; en ese porcentaje hablé directamente sobre política aquí.

En este abismado limbo: 
  
A los políticos:

Hoy, sin embargo, haré lo que no hice hasta ahora: hablaré brevemente de Cuba y de política a la vez. ¿Por qué? Porque algún día tenía que pasar, y porque se lo debo a mis hijos. También se lo debo a algunos amigos y lectores, con quienes sí hablo en privado de estas cosas muy de vez en cuando. Cuba y la política… Me encomiendo a los dioses. Que sepan los enemigos que ganaré hoy, que no los pretendo, salvo que sean, claro, agentes o cómplices de la tiranía que desgobierna, hace casi sesenta años, la isla donde nací. A los otros, créanme, no los pretendo, no los deseo. Ya me gustaría seguir contando con ellos en un limbo ideal, donde la enemistad no actual-izara jamás, donde retuviera sus potencias en el silencio. Me gustaría, porque los enemigos que se concretan a través de la palabra, consumen demasiada energía. Y por esa misma razón (soy muy perezoso) les advierto: no seré capaz de sostener con disciplina, y mucho menos con ardor, la enemistad que merezca. Así que no podré corresponder, ni a los discretos ni a los agitadores. Lo siento. Quién sabe si algún día pueda hacerlo escribiendo un ensayo más ambicioso sobre estas cosas, pero hasta entonces, y de antemano, me disculpo. También puede que pierda credibilidad ante los pocos que me siguen en este cuaderno digital, no lo sé. Puede que algunos me coloquen un veloz epíteto; (ya saben: un día matas a un perro y te llaman mataperros). Si así ocurre, y me entero, cargaré con él estoicamente. A ustedes, quienes me leen aquí con una regularidad también estoica, nunca sabré agradecerles lo bastante. Aceptaré de buena gana, y como regalos, sus críticas.       

Dadas las explicaciones necesarias, confieso que la nota de Zoe Valdés que utilizo a modo de introducción, obró como desencadenante de este texto. Está claro que la nota en sí no habría alcanzado para aguijarme (leo cosas de este tipo muy a menudo). Es obvio que sin que lo supiera, debió fraguarse por un tiempo en mi subconsciente esta salida del tiesto; pero aquellas frases, publicadas en una red social por una escritora con un público relativamente amplio, me regalaron la chispa. ¿Por qué? Allá vamos.

Somos animales esencialmente emotivos. Cuando pasamos por delante de un escaparate que muestra zapatos, por ejemplo, y nos gusta algún par en especial, aunque no nos haga ninguna falta comprarlo, nuestro cerebro se las agencia para engañarnos al respecto, y nos ofrece, a muy bajo precio, las más peregrinas justificaciones con relación a la compra. Somos así: patéticos (sujetos al pathos) y por ello fáciles víctimas del autoengaño. De igual forma, y por igual razón, cuando deseamos justificar ante otros, o ante nosotros mismos, un criterio que nos importa, buscamos patéticamente en nuestra despensa de datos, aquellos que, con independencia de su solidez, puedan funcionar como valedores.

Así que, para Zoe, quien desaprueba la próxima visita que anuncian el presidente y el rey de España a Cuba, tal despropósito es consecuencia de lo que trajeron (entiéndase llevaron, porque Zoe, según tengo entendido, vive en Francia) a la isla, La Niña, La Pinta y La Santa María. Largo periplo, ¿no? Pero antes de llegar a rematar su nota, Zoe expone dos ideas que supuestamente apoyan la dicha conexión:

Todo lo que España ha podido hacer por los exiliados cubanos nos lo debían [debía] con creces.

por mencionar algunos de esos deberes [de los españoles para con los cubanos]: la vil reconcentración llevada a cabo por Valeriano Weyler, "un grande de España", y el enriquecimiento del que se beneficiaron innumerables españoles en Cuba durante la República

Bueno, detrás de estas dos ideas, aparentemente sencillas, expresadas de manera sucinta y rápida, (entendamos, a su favor, que Zoe las publica en una red social, no en un ensayo) obran sin embargo las causas que han llevado a Cuba hasta la situación que atraviesa ahora, y que yo he descrito en otras ocasiones como el casi-colmo de un medido proceso de haitianización del país. En estas ideas de Zoe laten tres problemas de fondo que ya tienen más de ciento ochenta años de edad: la falaz segregación de lo cubano y lo español, la no menos falaz ponderación en la isla de lo primero frente a lo segundo; y como consecuencia de ambas falacias, el sostenido victimismo de los cubanos frente a sus hermanos, tomados erróneamente por progenitores ilegítimos.   

La historia de Cuba (cuando yo diga Cuba, debe entenderse siempre la convenida y artificiosa ligazón nominal que emparenta a La Habana con el resto de la isla) es relativamente corta y está muy documentada. La historia de Cuba, en sus tres primeras cuartas partes, es la propia historia de España. Sé que leer historia resulta pesado para muchos, pero es casi una obligación para quienes vivimos sumergidos en ella. Deberíamos leer la historia de España entre 1492 y 1898 para conocer la de Cuba, que durante ese período fue, primero, una colonia, y después, una provincia. Y ni siquiera tendríamos que hacerlo de la mano de autores peninsulares, (pienso en los escrúpulos de quienes se colocan precisamente al margen de la historia) porque podemos hacerlo, también, de la mano de los insulares, y de los que se suponen ajenos al conflicto que hubo entre la península y la isla. Muy recomendable, para entender lo que sucedió en Cuba desde su descubrimiento hasta su independencia, es leer, por ejemplo, la obra de historiadores como Félix de Arrate, Bachiller y Morales, José de Armas y Cárdenas; de intelectuales como Arango y Parreño y José Antonio Saco; de antropólogos como Fernando Ortiz; de historiadores especializados como Joaquín Weiss; de cronistas y literatos como la condesa de Merlín; de historiadores extranjeros como Irene Wright… Pero sobre todo, recomiendo leer a quien es seguramente, incluso por delante de Ramiro Guerra, el mejor historiador cubano del siglo XX: Moreno Fraginals. ¿Se puede hablar sobre historia de Cuba sin haberse leído, al menos, El Ingenio y Cuba/España, España/Cuba. Historia Común? ¿Se puede haber leído estos libros y frivolizar después sobre la relación de España con su colonia (o su provincia) más afín en América durante cuatrocientos años? No. Si se hace, o no se ha leído nada de esto, o se actúa de mala fe, o, sencillamente, se obra arrastrado por una pasión tirana, como quien estuviera, quizás, ante aquel escaparate de la zapatería, y buscara razones de cualquier tipo para comprar su par preferido.

Vamos a ver, para decirlo clara y escuetamente: desde la tercera década del siglo XIX, algunos de los españoles que vivían en Cuba comenzaron a inventarse la cubanía sobre un montón de intereses espurios y grandes mentiras. La mayoría de ellos, muy insignes, por cierto, y con muchísimo dinero, criollos o no, combinaban esta “sublime” construcción con ideas reformistas / anexionistas, que ambicionaban la integración de la isla en los Estados Unidos; y asimismo, la combinaban con una activa participación en las campañas que, desde la metrópoli y su brazo más querido en el Caribe, se diseñaban y llevaban a cabo contra otros territorios liberados de América. Así que la invención de la identidad cubana frente a la materna, en origen provino de grandes terratenientes y comerciantes españoles (los criollos eran también españoles, lo fueron legalmente hasta 1898) que, a la vez que buscaban esa independencia: la económica con relación a un imperio decadente; trabajaban por la dependencia del resto de los países vecinos, y por la suya propia; en este caso, con relación a un nuevo imperio ascendente. Así se fraguaron las cosas. Lo demás es pura y mala poesía. Y Cuba no sólo no se independizó, sino que ofreció una amplísima colaboración en la lucha contra los revolucionarios americanos y, aún más, en la organización de expediciones de reconquista de América. (Moreno Fraginals) ¿No les suena la situación actual en Venezuela cuando leen esto? Ah, la pequeña Venecia… como si hubiesen sido pocos sus propios males, carga ahora con el sobrepeso castrista. Ojalá se libere de él lo antes posible.   

Es cierto que a la vez que aquellos “próceres”, antiespañoles y siboneyistas, (Dios mío, lo que se puede argüir para comprar los zapatos deseados al precio que sea) se inventaban lo cubano, que, por cierto, jamás incluyó para ellos a los negros: (…el negro y el cubano, juntamente, / al cruel español hagamos la guerra, se cantaba durante la primera contienda por la independencia: 1868-1878), y ayudados por la estúpida política imperial con relación a sus ya escasas posesiones de ultramar, en la isla surgieron poco a poco voces más radicales y coherentes que, desde un Varela hasta un Martí, pasando por intelectuales como Luz y Caballero, Mendive o Juan Gualberto Gómez, llevaron el asunto de lo cubano a un enfrentamiento progresivo y definitivo con lo español. Pero este enfrentamiento, insisto, que alcanza su ápice más severo en algunas de las figuras antes mencionadas, para nada era unánime, y se había gestado sobre la acumulación de grandes mentiras que apuntaban a la explosión de un sentimiento patrio muy romántico, como el de cualquier otro nacionalismo, pero en este caso, con el añadido de su tramposa semilla, y levantado contra la nación madre.

Cuba, en tanto que nación emergente, y más allá de un romanticismo trasnochado y oportunista, no tenía nada que ver en el XIX con los grupos aborígenes que encontró Colón en la isla, prácticamente extinguidos desde el siglo XVI; y debía asimilar del todo a las múltiples naciones subsaharianas que habían llegado a la isla a través de la trata de esclavos; pero seguía siendo, en el fondo, parte de la nación española. Digo más, tal vez lo fuera en mayor medida que los pueblos de la península, donde la nerviosa idea de España jamás retuvo una redondez que invitara al sosiego. Que un hombre con la cultura de Martí, por ejemplo, escribiera un ensayo como Nuestra América, (bellísimo, por cierto) y llegara a inventarse una hermandad panamericana al sur del río Bravo, basada en lazos geográficos como único aspecto positivo, y en un sentimiento antiespañol de gran carga negativa, saltándose a la torera las enormes diferencias culturales que existían entre los diferentes pueblos del continente; que llegara incluso, entre otras tonterías, a abogar porque en las nuevas repúblicas se dejara de estudiar la historia de Europa para estudiar la historia continental, cuando ello, en muchos casos, habría supuesto cerrar las cátedras de historia para sustituirlas por otras de prehistoria; que este hombre leído y viajado llegara a esos extremos, digo, demuestra el grado de patetismo que lo embargaba; patetismo, que ya a finales del XIX, y después de varias décadas de construcción acelerada de lo cubano, afectaba a buena parte de la Inteligencia en la isla, y a la gran mayoría de sus hijos.

No digo que todo esto sea una anomalía histórica. La historia está llena de ejemplos parecidos. Digo que la mentira y el oportunismo están en la mismísima base de la cubanía. Y también digo que la construcción de una identidad nacional basada en un relato tan manipulado por intereses meramente económicos, es susceptible de manejo por parte de las grandes fortunas, los medios de difusión, los políticos y los militares, como ha sido demostrado en Cuba desde mediados del XIX hasta hoy.

Esta brevísima inmersión en la historia cubana (quienes quieran enterarse bien, no tendrán más remedio que leer las obras fundamentales al respecto) valga como apoyo a los argumentos que utilizaré para contestar, no sólo las ideas que expuso Zoe en su nota, sino el cuerpo doctrinal que las sustenta.

Todo lo que España ha podido hacer por los exiliados cubanos nos lo debían [debía] con creces. ¿Por qué? Bueno, para empezar, y según Zoe, que sólo da un par de ejemplos, por la vil reconcentración llevada a cabo por Valeriano Weyler. O sea, que España debe a los cubanos, esos españoles que se escindieron violentamente de su nación-matriz en términos político-administrativos, un trato preferencial ad infinitum, porque un general del ejército peninsular, enviado por el gobierno de su país para sofocar una guerra civil en una de sus provincias, se extralimitó implementando un método criminal contra la masa social que apoyaba la rebelión. Claro, imaginemos entonces, cuánto debería Francia al resto de Europa a causa de las guerras napoleónicas; cuánto debería Alemania a medio mundo por la barbarie nazi; cuánto Rusia (heredera de la U.R.S.S.) a los países de su entorno y a la propia Cuba, por la barbarie estalinista; cuánto E.E.U.U. a Japón y Vietnam… En fin, esto si somos moderados, y no nos preguntamos cuánto debería Roma a los numantinos, o los dorios a los aqueos y los pelasgos…

¿Quién puede justificar que Weyler haya levantado aquellos campos de concentración? Nadie, por supuesto. Fue algo realmente inhumano. Ya tuvo que explicarlo en las propias cortes españolas ante unos diputados que lo criticaron sin medias tintas. Ya tuvo que contar cómo los macheteros insulares actuaban sin miseración contra el ejército regular español, y cómo no encontró otra forma de limitar el apoyo que recibían de los concentrados. Inútil todo. Aquellos campos, primer ensayo de otros que después conmovieron al mundo entero, no tienen justificación alguna. Pero de ahí a deducir que tal atropello, cometido en medio de una contienda militar, implique una deuda eterna de una de las partes frente a la otra… ¿Cómo pagarían los españoles de la isla a los españoles de la península sus métodos guerrilleros, que incluían violentos incendios de todo tipo, explosiones que hoy serían consideradas actos terroristas, y machetes al vuelo que cercenaban miembros y cuellos con tanto orgullo mambí?         
Pero también, y según Zoe, la infinita deuda de España con la isla se debe al enriquecimiento del que se beneficiaron innumerables españoles en Cuba durante la República. O sea, que la decisión de los españoles, insulares o peninsulares, que se quedaron en lo que fue una porción de su país, aun habiendo perdido la contienda, (buena parte del ejército derrotado permaneció en Cuba, hecho insólito que demuestra que hablamos de una guerra civil) y también la decisión de otros españoles, que en lugar de permanecer en su deprimida patria europea para trabajar por ella, emigraron para hacerlo en la pujante provincia liberada, y enriquecerse, sí, enriqueciendo también al país, ya extranjero, al que llegaban, en detrimento del suyo propio que abandonaban; la decisión de todos esos españoles, insinúa Zoe, obliga a España de por vida a proteger a sus descendientes (nietos, bisnietos, tataranientos…). Descendientes, insisto, de compatriotas rebeldes o emigrados que, huyendo del imperio que agonizaba, y sobre la base de lo tanto que éste había construido en su provincia americana más querida, se lanzaron a una aventura en solitario, bajo el ala del imperio enemigo… Sólo un pueblo tan creído y majadero como el cubano, pudiera pretender hoy tal cosa.

Miren lo que decía el llamamiento “patriótico” que el 15 de diciembre de 1899, el Círculo de Hacendados Azucareros, en una Cuba ya independiente, al menos de España, lanzaba dirigido, sobre todo, a los peninsulares adinerados:

…insulares y peninsulares constituyeron familias durante cuatrocientos años, el pueblo cubano no hizo la guerra a los españoles: combatió al gobierno español… y no sólo desea sinceramente que los peninsulares residentes continúen en él sino que, además, acuda el mayor número posible a fecundar con su trabajo este fértil suelo…

Hay que leer, señores, hay que leer… Lo cierto es que España debiera tener consideraciones especiales con los cubanos, pero no obligada por ninguna de esas supuestas deudas históricas, que de existir, existieran en ambos sentidos, especialmente en el contrario, sino porque mientras el régimen castrista no culmine la operación haitianizante que lleva a cabo en la isla; mientras la cultura cubana siga siendo, aunque lo sea ya de lejos, aquella réplica resonante del Mare Nostrum en el Caribe, los cubanos blancos, negros o mestizos, serán en esencia hispanos. Por más que la identidad nacional cubana se haya montado sobre embustes dirigidos por unos españoles a otros, la inercia de una cultura como la nuestra (Mediterráneo más África, con muchos otros matices) es tan grande, que merece la pena ir en su rescate mientras sea posible. España no debiera ver en Cuba sólo un horno a punto para los pasteles presentes y por venir; debiera ver una parte de sí misma que muere a manos de una operación cultural devastadora. España debiera aprender de sus errores históricos, como debiera hacerlo Cuba.

El régimen de Castro no inventó el chovinismo cubano, no incoó el nefasto término revolución en la historia del país, no tuvo que crear el sentimiento antiespañol en él, que apuntaba a una más que probable deriva en términos culturales. Todo esto se lo encontró hecho; como se encontró erguida la animadversión mutua entre La Habana y el resto de las provincias. Castro sólo tuvo que atizar el fuego. Supo ver cuáles eran los puntos débiles de un país montado sobre una gran falacia. Supo ver, por ejemplo, que una cuidad como La Habana, con aquel exquisito refinamiento, y aquel feeling europeo, era un enemigo a batir. Castro lo tuvo fácil gracias a los problemas que teníamos y que seguimos teniendo, ahora amplificados por su terrible obra: A partir de nuestra propensión a defender una identidad nacional frente a cualquier razón que la pusiera en solfa, y aludiendo a su reforzamiento contra viento y marea, Castro destruyó las bases de la sociedad cubana, sus preceptos ético-morales, sus instituciones civiles, su estructura religiosa; devastó la capital del país, como también devastó las capitales de provincias; generalizó la miseria…

Ahora, con el país deshecho en menudos pedazos, con la memoria nacional trunca por una operación de medida ruptura cultural, Cuba parece dirigirse hacia una suerte de Haití con historia. Ya no le importa al régimen, ateo y represor de los cultos religiosos, que proliferen las religiones animistas sin capacidad alguna para estructurar la sociedad alrededor de metas trascendentes. La memoria incubada en la isla durante quinientos años no encuentra dónde ser depositada. Fuga. Se pierde. El segundo hombre nuevo de América (el cubano) parece confluir con el primero (el haitiano) en todos los sentidos: reggaetón y magia negra. Que los alfileres perforen el cuerpo de las muñecas de trapo, que suenen los caracoles y rueden las cabezas de los gallos…

Y mientras tanto, algunos compatriotas culpan a las tres carabelas colombinas de que el presidente y el rey de España visiten la isla en el 2017. Lo hacen aun viviendo en el exilio, instalados en un siboneyismo psicológico estéril, con origen en una alteridad falsa y complaciente que sigue señalando a los españoles (nosotros mismos, pero no) como culpables de nuestros males. Así será imposible cambiar el signo a la partida. Preferiría que los actuales gobernantes de España no dieran el más mínimo respiro al Castro en funciones. Creo que se equivocan en el primer mundo cuando destensan los mecanismos de presión sobre el tirano maraquero. Pero claro, ni Colón ni los Reyes Católicos tienen nada que ver ahora mismo en esto. Más tuviera que ver la pléyade de manipuladores y ladrones que se han cubierto con la bandera cubana desde que ésta hizo su aparición en la isla. Bandera con una única estrella. ¿Saben por qué? Porque esa estrella solitaria, en origen aspiraba a sumarse a las que constelan la bandera de los E.E.U.U. Lo demás es poesía de la mala.

Cuando Zoe dice: Lo que trajeron La Niña, La Pinta y La Santa María, nos coloca en un lado imposible de la historia. El sujeto que habla, el que recibió lo traído, ¿quién es, dónde estaba? ¿Acaso somos herederos de los arahuacos? ¿Eso somos? ¿Alguien lo cree sinceramente? Zoe debió decir: lo que llevamos en La Niña, La Pinta y La Santa María, y añadir: lo que llevamos después en los barcos negreros, lo que nos llegó más tarde de Canarias, de la China, de tantos otros lugares… Pero ni esa muestra de sosiego y cordura resolvería nada por sí sola. Ahora más nos vale registrarnos a fondo para blindarnos ante futuras manipulaciones. Estamos peor que nunca, por hispanos, sí, por hispanos renegados en aras de una cubanía como brotada del éter; de un éter polémico y beligerante fertilizado por un dios, que como nosotros, nació en la isla. Así vamos… A ver si algún día encuentro ganas y fuerza para explicarlo mejor.  

Ah, y cuando pasen por la zapatería y se detengan en su escaparate, compren los zapatos de color más intenso si no pueden evitarlo, pero no culpen, hagan el favor, a nadie más por lo que decidan y gasten… hispanos, demasiado hispanos.



         

sábado, 15 de abril de 2017

EL NEGOCIO DE LA POESÍA EN SIETE FÁBULAS DE ESOPO






EL BUEY Y EL MOSQUITO


1

En el cuerno de un buey se posó un mosquito.
Luego de permanecer allí largo rato, al iniciar el vuelo preguntó al buey si se alegraba de que por fin se marchase.
El buey le respondió:
Ni supe que habías venido. Tampoco notaré cuando te vayas.

El buey y el mosquito. Esopo


Hace unos días leí un artículo de David Torres en el periódico digital Cuartopoder (el enlace para leerlo, al pie). Lo presentaba bajo un título sugerente y sonoro: La nueva poesía de mierda; y claro, no pude evitar entrarle. En aquel momento pensé escribir sobre el asunto para apoyar algunas de las cosas que decía David, para matizar otras. Me alegra haberlo descartado. Mi posible aportación, en caliente, hubiera sufrido una sobrecarga de gravedad. Me di un tiempo que hoy agoto. Hoy, cuando ya puedo hablar al respecto con tranquilidad, sin sacar de quicio los temas a tratar, sonriendo más que nada. Estoy de acuerdo con el grueso de lo dicho allí por David, pero quiero abundar en ello desde una perspectiva más leve, con el cabreo condenado a su hueco, vigilado por el estoico que en ocasiones me auxilia. Como dijo Séneca coincidiendo con una idea de Safo: Que nada te esté permitido mientras estás encolerizado.

Y es que pocas cosas hay más inútiles que teorizar sobre poesía. La poesía, como el buey-nuestro de Esopo, pasta tranquilamente sin percatarse siquiera del aterrizaje o el despegue de los mosquitos que llegan y van, para, desde sus cuernos, tener mejor perspectiva sobre suelo y cielo; para, sobre su lomo, picar y chupar sangre con la que después, si hay suerte, infectar una ínfima porción de la enorme montonera de heces discursivas donde se ahoga el hombre.

Es inútil, pero lo hacemos, porque nunca somos más humanos que cuando roturamos el desierto o el mar. Los poetas-mosquito nos posamos en el buey-madre una y otra vez, y no dejamos de preguntarle si nos nota, si nos quiere; no dejamos de preguntarnos si habremos gravado su memoria. ¿Por qué lo hacemos? No lo sé. Imagino que sin la ilusión de obtener la suma aprobación bovina después de alguna graciosa volada, no sabemos continuar.        

Aquí estoy. Seguramente un incorregible gagá para los mosquitos que señala David en su artículo. Seguramente un loco sin nada que añadir para otros congéneres menos gesticulantes tal vez, pero aún más creídos que los primeros. Me refiero a esos que buscan sitio en el pabellón auricular del buey para regalarle los oídos. Jejenes. Aquí estoy, digo, preguntando de nuevo al impertérrito animal, qué zumbidos lo inquietan en mayor medida, cuáles lo invitan con mejor artimaña al potro y al herraje. El buey ni chista. Lo más que me dice es: ―Déjate de tonterías y escribe poesía a ver qué pasa. Los mosquitos, mosquitos son. Me alimentan sus preguntas si están bien hechas, pero sobre todo, si no van dirigidas a mí.

Ah, este buey de paso lento… Su desdeñosa actitud ante las filias y las fobias de los insectos, siempre me recuerda aquella idea de Hume: Un perro y un caballo pueden ser de la misma talla, y mientras que uno es admirado por su grandeza de tamaño, el otro lo es por su pequeñez.




FÁCIL, DIRECTA, SENCILLA, TRANSPARENTE… 


2
                  
Entraron unos ladrones en una casa y sólo encontraron un gallo; se apoderaron de él y se marcharon.
A punto de ser asesinado por sus captores, el gallo rogó que le perdonaran, alegando que era útil a los hombres despertándolos por la noche para ir a sus trabajos.
Mayor razón para matarte, (exclamaron los ladrones) puesto que despertando a los hombres nos impides robar.

Los ladrones y el gallo. Esopo


David hablaba en su artículo de cantautores que se consideran poetas, de algunos de ellos que finalmente dejaron la guitarra a un lado para leer en seco sus versos al público. Hablaba (no sé, él sabrá) de poetas rentables económicamente, con decenas de miles de seguidores en las redes sociales. Mencionó a un tal Robertico Dylan que ganó no sé qué premio literario de relumbrón (buey mío, ¿cómo te mantienes al margen de estas noticias que tanto te incumben?). Decía David que muchos de estos juglares superventas se enorgullecen de practicar una poesía clara, sencilla, transparente, que llega a todo el mundo. (Pero mi buey, ¿pastas ya en todos los potreros, o estas falsas nuevas vienen de los ladrones de casas, asesinos de gallos?)

Ciertamente esto de la poesía fácil, directa, sencilla, con la encendida negación de la que se considera su opuesta (lo he dicho otras veces con más ganas; ver, por ejemplo, en http://encomiodelaimagen.blogspot.com.es/2016/10/un-rabion-en-el-rio-y-una-cabra.html) parece ser un mantra inducido por una deidad irresponsable. O no, quizás sea (permítanme hoy, que estoy en plan ligero, pensar con mayor malicia) obra de meros cacos. Claro, si entrando a robar en una casa te encuentras un gallo, lo recomendable es matarlo de inmediato para que no avise a los vecinos. Estos directísimos están en contra de cualquier poesía que implique la aceptación de la complejidad con que la realidad, qué terca, sea de origen sensorial o suprasensorial, nos circunda a diario. Huyen, como del diablo, de la secante que traza el continuo poético donde se escribe el Gran-Poema-Uno. Viven en la playa. ¿Pretenden la adulación de todos los bañistas? ¿Se sienten incapaces de soportar el frío en las cercanías de la excelencia? No sé. El caso es que no sólo se bañan y asolean perezosamente cuando no roban, sino que se esmeran en cortar la cabeza a los gallos que encuentran cuando lo hacen. ¿Bajo qué cargos? Dicen que su canto es repipi, que los gallos se dedican a la farfulla y la greguería; intentan que los jueces confundan el cante inclusivo con el grandilocuente para poder atacarlo mejor; pero en realidad, y salvo honrosas excepciones, los matan para que no avisen a los vecinos. ―¿A qué vecinos, si no existen?, se pregunta nuestro buey soltando una carcajada mitad olímpica, mitad parnasiana.

En esto no me extiendo demasiado. Me fatiga. Haciéndolo en otras ocasiones, expuse muchas pruebas ociosas. Jamás el buey me hizo caso. ―Déjate de tonterías y escribe poesía, dijo siempre. No me extiendo, pero por si acaso entre los sencillísimos que me lean (¿leerme éstos a mí?, río…) hay alguno que no sea cantautor, bachiller, notario o periodista, les regalo una idea de Pessoa y un poemilla de Antón de Montoro (Córdoba, siglo XV)     

Aquí va la idea del portugués, gallito duro de pelar: “…decir lo que siente exactamente como se siente claramente, si es claro; oscuramente, si es oscuro; confusamente, si es confuso; comprender que la gramática es un instrumento y no una ley.”  

El poemilla del cordobés, muy gracioso y cachondo, podía haber sido dedicado a la poesía que corre y corre tras su caricatura sin detenerse; no ya vestida de seda o terciopelo, como tal vez lo hizo buena parte de la que se escribía en época del poeta, sino como lo hace ahora la “nuestra”, con una escueta tanguita de poliéster metida en el culo. Ah, esta poesía “nuestra”, que ya no pretende engañar a una minoría remilgada y esnobista, sino a una mayoría esnobista y vulgar, funcionalmente analfabeta, que todos los domingos va a la playa. Esta poesía “nuestra”, que veloz, sencilla, directa y transparentemente, pretende engañar a su mayoría con la sana y democrática intención de que todos los bañistas que la integran puedan disfrutar el magro de sus nalgas, y sin ningún esfuerzo de imaginación, la nula entretela de su tanguita:   

                                                         Gentil dama singular, (…)
                                                         mesuráos en vuestro amblar,
                                                         que por mucho madrugar
                                                         no amanece más aína.
                                                         Las nalgas baxas, terreras,
                                                         mecedlas por lindo modo,
                                                         poco a poco y no del todo
                                                         el traer de las caderas;
                                                         y al tiempo de desgranar
                                                         que el hombre se desatina,
                                                         mesuráos en vuestro amblar
                                                         que por mucho madrugar…




NADA HIEDE PEOR QUE EL LIRIO ENFERMO


3
                  
Rendían unos hacheros a un pino y lo hacían con gran facilidad gracias a las cuñas que habían fabricado con su propia madera.
Y el pino les dijo:
No odio tanto al hacha que me corta como a las cuñas nacidas de mí mismo.

Los leñadores y el pino. Esopo.


El buey ignora a los mosquitos, pero tiene pesadillas con un árbol. Se trata de un pino que es cortado con la ayuda de cuñas sacadas de su tronco, de hachas encabadas con partes de su cuerpo. ―Pero si jamás me subo a los árboles, si piso tan seguro sobre esta ciénaga, al margen de lo que digan los mosquitos, ¿por qué tengo sueños tan incómodos?, se pregunta el animal de vez en cuando.

Claro, qué más da lo que puedan decir o hacer los bachilleres y los periodistas, pero lo que digan los poetas… Qué más dan las maromas de los saltimbanquis, pero la impostura de los mosquitos con capacidad para ser ganaderos… Realmente los colegas que escriben buenos poemas, y a la vez participan la monserga nadaísta (no me refiero a la corriente homónima) que aspira a una poesía tan de todos, que pueda y deba dársenos entera en Twitter, ¿lo harán sin conflictos íntimos? No aludo a esos aspirantes a poeta, que como aquel célebre vivalavirgen, pudieran pensar: si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción; sino a poetas hechos y derechos, que a juzgar por su propia obra, debieran planificar su coherencia con mayor tino, y, sin embargo, se suman a los baños dominicales, batiendo palmas al paso de los culos que bailan el reggaetón, o el rezo de haikus impostados (aquí y ahora, tanto monta lo uno como lo otro) con su mínima tanga. ¿Por qué lo hacen? Quién pudiera adivinarlo. Al buey nuestro le importan un bledo mientras pasta, pero algunas noches tiene pesadillas con el pino que cae talado por la herramienta de casa.

No hay peor cuña que la del mismo palo, y nada hiede peor que el lirio enfermo. (Shakespeare). Flaco favor le hacen a la poesía, quienes por ir en brazos de los velocistas, por ganar una cátedra en su ignorancia, se comportan como virgo de cantonera (Quevedo), como “enteradas” putas al servicio de los bárbaros.

Ya ven, vuelvo a equivocarme. Trato de colocar mis inquietudes en la testa de nuestro buey. Y es que a la poesía le afecta un comino lo que hagan o deshagan sus números más allá de los poemas que escriben. Todos estos farsantes que se maquillan para los satélites, que buscan el aplauso unánime cueste lo que cueste, quedarán en la memoria del buey, si es que quedan, incluso cuando ayuden a fabricar su narigón, si a la vez producen alguna sustancia que active el estro de las flores, ése, capaz de obviar las argollas y penetrar lo profundo de sus ventanas nasales. Como dijo un poeta estalinista a otro poeta estalinista, este último, de boquilla (qué par): No importas tú, ¡importa tu impostura! Aun así, y teniendo en cuenta que nuestro buey, si despierto, pasa de ellos, por mucho que hiedan, que les den…
    



¿ESTADIOS DE FÚTBOL PARA LA POESÍA?


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Dándose cuenta de que era perseguido por un lobo, un pequeño corderito decidió refugiarse en un templo cercano.
Lo llamó el lobo y le dijo que si el sacrificador lo encontraba allí dentro, lo inmolaría a su dios.
¡Mejor así! (replicó el cordero) prefiero ser
víctima para un dios a tener que perecer en tus colmillos.

El lobo y el cordero en el templo. Esopo.


Cuenta David en su artículo, que algunos de los nuevos poetas, además de triunfar en las redes sociales, dan recitales multitudinarios, incluso, cobrando la entrada. Parece temer que se haya cumplido, dice él, aquella profecía que le oí a una poetisa en los años noventa: “Llegará un día en que la poesía llenará estadios de fútbol”. ¿Será cierto? Yo sé de otros poetas que apenas… en fin, que parecen corderitos escondidos de semejante lobo.

―¿Qué opinas, mi buey? ¿Quiénes estarán más claros? ―No quiero saber nada de estas cosas. Con tu colega Arriaza, digo:

                Junto a un negro buey cantaban
                un ruiseñor y un canario,
                y en lo gracioso y lo vario
                iguales los dos quedaban.
                “Decide la cuestión tú”,
                dijo al buey el ruiseñor.
                Y metiéndose a censor
                habló el buey y dijo “mu”.

―¿Pero cómo te haces el sueco? ¿Y la fábula de Esopo, esa del lobo y el cordero en el templo…? ¿No crees que el segundo hizo bien refugiándose ante la amenaza del primero, aun a riesgo de…? ―Mu, dice de nuevo el buey.

Heródoto cuenta que Ciro, aquel famoso rey persa, refiriéndose a los griegos, dijo: Nunca temí a unos hombres que tienen en medio de sus ciudades un lugar donde se reúnen para engañarse unos a otros. Se refería al mercado, pero bien pudo referirse también al teatro, donde aquellos locos se reunían en masa para decirse las mayores y más bellas mentiras que se hayan dicho los hombres hasta hoy. Algo parecido contó Pitágoras a su regreso de un viaje a Egipto. Al parecer, los sabios de aquel imperio le confesaron que veían a los griegos como eternos niños, incapaces de crecer por culpa de su desmedida imaginación, de su propensión compulsiva al juego y la mentira, ejercidos ambos comunalmente, en grandes espacios abiertos, ante grandes aglomeraciones de personas. ¿Será que los nuevos poetas, esos que escriben poesía directa para todos, nos están llevando a un nuevo renacer del clasicismo? ¿Nos volveremos a reunir de forma multitudinaria para atender a los grandes autores? ¿Pero cómo van a juntarse para escuchar una clase de alta cocina, quienes desayunan, comen y cenan donuts?

Qué poca confianza tengo en este renacer poético. Los comelones de donuts no pagarán por ver ejecutar alta cocina sin exigir nada a cambio. ¿Acaso certificar su muerte y congratularse por haberla propiciado, presenciado? Que Dios me perdone, pero si tiene orejas puntiagudas, hocico prominente y pelo grueso; es lobo o algo parecido, tal y como discurrió el ciego de la última fábula que traigo a este texto. Yo haría como el corderito: correría al Templo, porque como él prefiero ser víctima para un dios a tener que perecer en… La poesía en ese partido no llegaría al segundo asalto… El buey mueve la cabeza. Se ríe de mí. Seguramente ya sabe que no tengo remedio… ―Está bien, ríete, pero mira a Neruda y a Benedetti lo que tuvieron que hacer para entrar en los libros de texto de la educación secundaria. Ríete, buey, pero yo, por si acaso, y diga lo que diga el lobo, al Templo. ―Mu.




CISNES Y GANSOS


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Un hombre muy rico alimentaba a un ganso y a un cisne juntos, aunque con diferente fin según el caso: uno era para el canto y el otro para la mesa.
Cuando llegó la hora para la cual fue alimentado el ganso, era de noche, y la oscuridad no permitía distinguir entre las dos aves.
Capturado el cisne en lugar del ganso, entonó su bello canto preludio de muerte. Al oír su voz, el amo lo reconoció y su canto lo salvó.

El cisne tomado por ganso. Esopo


El buey se ríe, pero lo hace porque cree que tiene el futuro garantizado. Puede que así sea, aunque su futuro está ligado al nuestro, y esto de las máquinas con inteligencia artificial… En fin, mientras el hombre sea una incubadora de memoria, el buey puede seguir riendo tranquilo ante las pataletas de los insectos. Su lenta rumia producirá sangre para los mosquitos-cisne y heces para los mosquitos-ganso, filtrado alimento para ambos.

El buey y nosotros estamos condenados a nuestra múltiple condición. La poesía, como siempre, se nos dará en su forma-cisne y en su forma-gansa, porque necesitamos carne y canto, porque nuestra memoria está hecha de ambas sustancias, y necesita que ambas formalicen en todos los pliegues históricos que la van constituyendo.

Para atracarnos de carne y producir excrementos, el ganso. Pero claro, cuando nos perdamos en la montonera, cuando para enfilar el futuro a partir de nosotros mismos y hacia nosotros mismos, necesitemos rebuscarnos en la Gran Memoria Nuestra, esa que responde al continuo donde cada tiempo deja su impronta y guarda su grano; cada vez que esto suceda, digo, no precisaremos en primer lugar la carne, sino el canto. La prehistoria del hombre se ha sudado y excretado, se nos da en el sílex y los coprolitos, pero su historia… su historia se ha edificado, pintado, esculpido, contado y cantado. El canto es el denominador común de todos los lenguajes que nos cuentan y explican, es en él donde está impresa nuestra Memoria.

Por eso, llegado el momento crucial, siempre salvaremos al cisne. Al cisne de nuestro tiempo, quiero decir, que tiene el cuello deforme de tantos retorcijones, pero aun así mantiene el canto perfectamente sincronizado con un reloj que sigue funcionando con arena enamorada, esto es, con limadura de astros hecha poesía; un reloj que sigue funcionado como siempre, a pesar de cuánto pese a los ingenieros y los contables, que no paran de graznar para negarlo. No hablo de un cisne bitongo, que sólo cante en salones acompañado de liras y de castrati, hablo, sencillamente, del único animal que sabe cantar a la vida, el amor y la muerte; que sabe hacerlo, además, de día y de noche… De noche, qué milagro, para engañar a la oscura glotis de la Oscuridad, para impregnarla de futuribles.          

Se entiende entonces la decisión del ricachón de Esopo. A la hora de los mameyes, (permítanme aquí esta expresión cubanísima que alude a la hora decisiva) todos respondemos a lo que somos: no ricos o pobres, no blancos o negros, no liberales o conservadores, no chicas o chicos, sino deudores de la imaginación, hijos del canto: hombres.




CANTORES IMPENITENTES


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El hijo de un labrador se hallaba tostando unos caracoles. 
Oyéndoles crepitar dijo:
¡Ah, miserables animalejos, están sus casas ardiendo, y aún cantan!

   Los caracoles. Esopo


El artículo de David está atravesado, más o menos veladamente, por la amargura y la impotencia. Amargura, por el desaguisado que el marketing y la banalidad pudieran provocar en la poesía. Impotencia, por la falta de soluciones que parece haber al respecto, sobre todo, porque estos poetas-taquígrafos-periodistas, en tanto dirigen su producto prêt-à-porter al hombre-masa, cuentan con el apoyo del mercado (el dinero), que en la literatura significa apoyo de las grandes editoriales, que hoy día son, sólo, grandes empresas: máquinas de generar beneficios (cuán dispuesta leña es plata y oro / para encender un corazón de nieve. B. del Alcázar). David deja vislumbrar un escepticismo latente y espinoso… El buey, sin embargo, se ríe a pata suelta. ―¿Qué tiene que ver el corazón con la llovizna?, seguro se pregunta. ―¿Qué tienen que ver las editoriales y el dinero con la poesía? 

Nada. Después de que el trío formado por Sócatres, Platón y Aristóteles, señalaran a la poesía como la cueva del pensamiento mitológico y relativo; especialmente después de que Platón, él mismo un poeta renegado, cargara sobre sus colegas, menos razonantes y más lúcidos, la culpa de todos los males que atravesaba la polis, la poesía occidental cayó en desgracia. Ni siquiera el gran poema oriental que sin querer nos contagió Alejandro, me refiero al poema judaico que siglos después devino para nosotros cristiano, pudo recomponer lo que un logos con base ético-moral había roto en nuestras seseras. En Occidente, después de Platón, y salvo muy contadas excepciones, la verdad poética no pudo constituirse sin la mediación de su tutora, la razón poética. Aquellos niños griegos, empedernidos mentirosos, de los que hablaban asombrados e incrédulos los persas y los egipcios, tuvieron que madurar a toda prisa en las calderas del pensamiento abstracto y absoluto.

Casi toda la poesía occidental después de Aristóteles: la helenista, la cristiana (incluyo los Evangelios) y la laica (aceptemos este término para no complicarnos demasiado) ha sido escrita con luz y taquígrafos, es decir, pretendiendo la claridad de una luz razonante y razonada, bajo la vigilancia del todopoderoso Logos. Así la mitología se ha convertido en teología, y la poesía, de hija de la oscuridad y deudora del numen y las Musas, pasó a ser entenada de la luz y claro aviso del ángel. 

Esto explica por qué algunos poetas han tenido que escribir a contracorriente en los últimos dos mil quinientos años. Y aunque ni siquiera los más rebeldes entre ellos pudieron escapar del todo a su era lógica, jamás se rindieron. Entonces, ¿por qué temer ahora?, quiero decir, (preguntar) ¿por qué sentir una angustia especial en nuestro tiempo?             

En Occidente, la casa de los poetas está en llamas hace dos milenios y medio, y ni esto ha podido acallarlos del todo, convertirlos en lo que no son. Somos como los caracoles que quemaba aquel pobrecillo aprendiz de labrador: miserables animalejos a los que ni el mayor incendio provocado nos puede desahuciar, porque incluso con la casa ardiendo, crepitamos, cantamos.

David, lo que puedan hacer editoriales como Visor, por ejemplo, o como Planeta, (madre mía, ¿ahora publica voluminosos libros de poemas a las periodistas guapas que presentan programas de televisión?) con la nueva poesía de mierda, al viejo buey lo trae sin cuidado.     




HASTA UN CIEGO… SOBRETODO UN CIEGO


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Érase una vez un ciego muy hábil para reconocer al tacto cualquier animal al alcance de su mano, diciendo de qué especie era. Le presentaron un día un lobezno, lo palpó y quedó indeciso.
No acierto, dijo, si es hijo de una loba, de una zorra o de otro animal de su misma cualidad; pero lo que sí sé es que no ha nacido para vivir en un rebaño de corderos.

El ciego. Esopo


David, por más que las grandes editoriales (grandes, por el número de sus operaciones, no por el resultado poético de las mismas) estén plegadas a los caprichos del hombre-masa, y apalancadas en las carencias de sus acólitos; entre los que sabemos algo de este negocio, hasta un ciego distinguiría lobo de cordero. Por más que nos echen ceniza a los ojos, que pongan el ventilador a los pies de sus imprentas, no lograrán colarnos presa por cazador.

Comprendo tu inquietud, la comparto incluso. Por eso, todavía a mis años, escupo ideas inútiles ante la sosegada rumia de nuestro buey. Pero asimismo, te exhorto a la tranquilidad: cada época tiene su Gran Hermano y su Tiresias. Y te puedo asegurar que es el segundo, por adivino, pero sobre todo por ciego, (la materia oscura mal se aviene a las pupilas deslumbradas) quien clasifica y califica a los mentirosos. Los buenos, los que convierten la mentira en leyenda, los que con ella edifican la verdad poética, la lengendaria, la única capaz de hacer una muesca en el Gran Poema de todos y visualizar su horizonte; esos, David, jamás vivirán en un rebaño de corderos.


Enlace para leer La nueva poesía de mierda, de David Torres 





lunes, 3 de abril de 2017

NO ECHÉIS PIEDRAS A LA FUENTE





Debe ser que el proyecto maquinal que se nos viene encima, parte de un concienzudo barrido de cualquier escurridura no matemática que pueda erotizar nuestra memoria. Debe ser, porque de otra manera, no se entiende que el Sumo Proyectista (¿don Dinero?; no creo que podamos implicar también en esto al viejo Dios mesopotámico) ponga en manos de los técnicos hasta el último detalle de su obra.

El caso es que el pasado enero tuve que dedicar una nota al alegre diseñador de un robot-poeta; y apenas tres meses después, me topo en la radio, en una emisora queridísima, por cierto, con otro de estos iluminados hablando de sonificación. Sí, como lo leen: sonificación, así, con ese a la cabeza; esto es, y simplificando mucho: el arte de convertir datos no sonantes, o al menos no audibles por nosotros, en sonidos... y en música, porque el profesor de la Universidad de Zaragoza, José Ramón Beltrán, no sólo dijo una serie de tonterías sobre la sonificación que no pretende arribar a la música, sino que se centró en la que sí lo hace. Claro, la ciencia experimental tiene el mismo problema que los alopécicos: no saben dónde parar cuando se lavan la cara.

¿Dónde parar? ¿Alguien imagina cómo podríamos introducir las nociones de prudencia y sosiego en las mentes de estas irresponsables criaturas?

Tendrían que haberlo escuchado. Resulta que este hombre, y con él los periodistas que conducen el programa Longitud de Onda, de Radio Clásica, ven en la sonificación la herramienta perfecta para que, maquinalmente, se conviertan en música las catedrales, el cuerpo de los animales… no sé, cualquier fenómeno físico-químico no audible. ¿Y esto, cómo? Ah, según el ingeniero Beltrán, es muy fácil. El proceso tiene tres fases:

     1. consulta con un experto en la materia que se quiere sonificar (un arquitecto, un biólogo, un bioquímico, un especialista al fin y al cabo) que seguramente, y como buen especialista, no sabrá nada de música, y muy poco de cualquier otra cosa; para que explique al ingeniero, que no sabe un comino, ni de música, ni de aquello que pretende sonificar, cuáles son las potencias musicales de su objeto de deseo. 

2. trabajo en el ordenador para, a través de un programa informático, llevar a notas musicales más o menos relacionadas entre sí, los entresijos del asunto explicado (qué peligro) por el especialista. Y finalmente, agárrense bien,

3. intervención de un músico que dé sentido (sentido musical, por supuesto) al galimatías que sale del ordenador, o sea, que en lugar de componer música partiendo directamente del modelo, lo haga a partir del lío sonoro que escupen el técnico y su máquina.      

Todos los que ya se estén riendo a carcajadas están disculpados. Resulta que el trío integrado por el especialista, el informático y el músico-edecán, con la siempre inestimable ayuda de la máquina, serán los futuros compositores de piezas que traduzcan a música fenómenos no audibles para los seres humanos. Se trata, simplemente, de sustituir la composición inspirada por la maquinal. ¿Por qué? ¿Para qué? Ah… quien pueda saberlo o suponerlo, por favor, que me lo explique. Les doy el enlace preciso por si quieren escuchar el referido programa. A ver si le encuentran algún sentido al trabajo del ingeniero Beltrán. Los invito a detenerse, sobre todo, a partir del minuto 30 de la grabación.

http://www.rtve.es/alacarta/audios/longitud-de-onda/longitud-onda-sonificacion-27-03-17/3958408/

Porque eso de sonificar las nanopartículas o los pilares de átomos, cosas que escapan a nuestra natural capacidad sensorial, no sé, puede que tenga alguna utilidad científica, pero ¿sonificar un edificio? Ay, Dios… Ahora mismo escucho Recuerdos de La Alambra, de Francisco Tárrega, interpretado por Francisco Yepes, y claro, no puedo concebir aquel magnífico conjunto arquitectónico reducido a una suerte de beltraneja musical.

Podemos reírnos, sí, de primeras, qué íbamos a hacer si no; pero la cosa preocupa, y mucho. Porque como dijo Esquilo en Los suplicantes: El arrastre no respeta los rizos. Esta gente es el producto de la ignorancia sembrada en dos siglos de positivismo barato, de connivencia entre el ingenio y el dinero. No se pueden sujetar. No saben ni quieren aprender a hacerlo. Si no tomamos medidas al respecto, arrastrarán todo lo que encuentren a su paso; hasta la música, posiblemente el rizo más sublime que guardamos del ángel caído en las calderas de la locomotora de vapor, esa que pretende intimidarnos a fotutazo limpio. Así que debemos reírnos, también, en su cara. Que sepan que no a todos nos cuelan estas estupideces.

No digo que la llamada sonificación carezca de utilidad en determinados campos. Puede que nos ayude en procesos donde la conversión a sonidos de datos que normalmente se representan de manera visual o numérica, aporte ventajas a la hora de interpretarlos, usarlos, o incluso almacenarlos. Esta disciplina pudiera ser de gran utilidad, (dicen y lo creo) en la medicina, la astrofísica, o en cualquier otra rama científica. Y por qué no, también pudiera serlo en el terreno artístico, incluso en el musical; pero por favor, siempre que no vulgarice lo que el hombre ha hecho, hace, y esperemos que haga mientras exista, mejor que ninguna máquina: dar oportuna forma al más fino producto de su imaginación.

Todos sabemos, o debíamos saber, que una catedral puede contener y casi siempre contiene su propia música, como su propia poesía, su propia secuencia fotográfica, su película… Las catedrales fueron concebidas con medios que la arquitectura comparte con otras disciplinas artísticas, también con la música: estructura, ritmo, armonía, adornos, proporciones, tempo… en resumen, recursos para in-formar, o sea, ordenar y presentar ordenadas, las magnitudes con que se trabaja en pos del equilibrio, o de su nervioso escudero: el desequilibrio controlado. La poética que late en cualquier obra de arte es susceptible de ser traducida a varios lenguajes. Pero esto sólo lo puede hacer el hombre, jamás la máquina, ni siquiera apoyada en el delirio de los idiotas. Decía Valéry: Sin duda el ojo de un perro ve los astros, pero el ser del perro no da ningún curso a esa visión. Eso es. El curso de la visión, sea ésta más o menos racional, más o menos alucinada, siempre compete al hombre. ¿Por qué entonces deponer nuestra competencia a favor de un medio incompetente que nosotros mismos creamos? ¿Por qué confiar a un aparato la génesis de lo que sólo nosotros podemos hacer con solvencia; si además, y como es lógico, debemos ejercer en todo momento su tutela? Porque lo cierto es que debemos instruirlo, darle la orden, las coordenadas; vigilarlo durante el proceso, y finalmente corregir su trabajo. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Es ya la máquina en sí, el fin último de todas nuestras inquietudes?

Incluso un integrista del positivismo como Bertrand Russell, se dio cuenta de que hasta en el reino más puramente lógico es la lucidez la primera en llegar a lo nuevo. Lucidez entendida, no como la perenne y cansina capacidad de razonar, sino como el prodigioso instante en que la intuición ilumina la idea. ¿Y qué tiene que ver en esto la matemática? Los genes dominantes de toda idea potente que conduzca a un verdadero novum, deben más a la ráfaga luminosa que al baño de luz que enfría el continuo de la razón. ¿Alguien imagina una máquina dotada para el trance místico? Sí, claro, la imaginan estos ingenieros. Tal vez cuando se pueda comprobar la capacidad actual de su sueño, no existan árbitros capaces de hacerlo. Tal vez ni las catedrales ni la música tengan entonces clientes con la pústula madura para el lúcido alboroto.

¿Quién cogió fruto que sembrase en piedra?, se preguntaba Baltasar del Alcázar aludiendo al amor, para prevenirnos después de que, sembrada en piedra, aunque la planta con regalo medra, / da la espiga sin grano. Esto de la sonificación aplicada para convertir maquinalmente en música la obra visual de la naturaleza y el arte, confiando a un aparato el proceso creador, (supongamos que fuera posible, que la máquina no precisara de un ingeniero, ni éste a su vez de un especialista y un músico) es como sembrar en piedra. En la actualidad lo es por inútil (ya ven cómo Beltrán necesita muletas para obtener algo que justifique su majadería); y bajo cualquier otra circunstancia futura lo sería, además, por inconveniente. Porque el fruto de la piedra es siempre pétreo, y puede que a la postre no sepamos qué hacer con él. Puede que con su peso a cuestas nos aturdamos todavía más y obviemos todos los avisos. ¿Estamos a tiempo de evitarlo? Si así lo creemos, contestemos la obra de estos majaderos con puro sentido común; repitamos en voz alta el famoso acusmata pitagórico: No echéis piedras a la fuente… necios, añadiría yo.