lunes, 1 de mayo de 2017

RENÉ IZQUIERDO. MÁSTIL QUE EMERGE DE LA CAJA QUE RESUENA






Hace un par de meses que mi amigo Raúl Izquierdo me presentó a un músico que no conocía. Claro, ¿cuántos hay que no conozco? Pero éste resulta un caso especial, por su enorme calidad, porque es, además, sobrino de Raúl; porque es guitarrista y cubano. Debí dar antes con René, lo reconozco.

Aunque a día de hoy, y puesto a escuchar solos, prefiero el cello a cualquier otro instrumento, por temporadas paso mucho tiempo escuchando guitarra. Y es que la guitarra me lleva irremediablemente a la niñez. Mi padre la adoraba. Él, sin proponérselo, me contagió el interés por ella. Él apreciaba sobre todo, y por razones muy distintas, a Segovia y a Sabicas.

Muy pronto amplié mis intereses guitarreros. No porque haya intentado tocarla sin éxito, que también, sino porque, a pesar del poderío de un emergente Paco de Lucía, que reclamaba para el instrumento una fe de bautizo andaluza, durante mi juventud la escuela cubana de guitarra recogía frutos maravillosos. Finalmente la secuencia Sor / Tárrega / Pujol / Romero / Nicola, que representaba la vertiente levantino-insular de la escuela española, se colmaba a sí misma en un Brouwer, que, como hiciera Segovia medio siglo antes, no sólo alcanzó la cima de su tradición, sino que logró poner el instrumento, totalmente dignificado, de nuevo en manos y boca de casi todos.
        
Yo jugaba baloncesto en las pistas del Instituto Preuniversitario de la Víbora en La Habana, justo frente al portal (porche) de la casa de Brouwer, a escasos veinte metros de él. Allí lo veía recibir y atender a sus amigos, pero nunca me atreví a acercarme. Lo escuchaba en la radio y en la televisión. Era una especie de dios para mí. Mi padre entonces me decía: bah, Leo Brouwer… y seguía a lo suyo. Pero a mí aquel tremendo músico me marcó para siempre.

Claro, Leo Brouwer no acabó en sí mismo. Como siempre hicieron los grandes, partió de una tradición sólida, la ensanchó, y de esa manera la embarazó de futuro. Ahí están, entre otros muchos beneficiarios de su obra, y por sólo citar algunos intérpretes de distintas edades: Joaquín Clerch, Alí Arango, René Izquierdo… 

Entonces llegué a René bien preparado, quiero decir, con el oído a punto para recibir su obra, porque este gran guitarrista está completamente inserto en una tradición que comprendo y participo. Una tradición que en la guitarra clásica española parte de Sor y llega hasta Brouwer, o lo que es lo mismo: parte de la España más europea, atraviesa todas las Españas, y se posa en su periferia más grácil para apuntar otra vez al mundo como pocas veces lo había hecho antes… Pero esto a René no le garantiza nada. Como dijo Epícteto, no es arrojando la hierba ante los pastores como demuestran las ovejas cuánta comieron; lo demuestran produciendo lana y leche. Ahí voy: a la lana y a la leche.           

Ahora mismo René es un músico hecho, redondo: director de orquesta, compositor e intérprete. Inició sus estudios en el Conservatorio de La Habana y los terminó en Yale, pero atravesando un periplo intenso y azaroso en lo musical y en lo vital: Miami / San Francisco / Paris / New York / Milwaukee. Después de ganar varios concursos de importancia, mereció una Cátedra de Música en la Universidad de Milwaukee, de la que es profesor titular, y cuya Orquesta de Mandolinas dirige con éxito. ―Vaya, me digo, esto todavía es hierba. ¿Y la lana? ¿Y la leche…? Ah, René es un intérprete increíble. Su repertorio incorpora a los clásicos de la guitarra, y también a otros clásicos que jamás hubieran compuesto para tal instrumento. Sí, Tárrega, Joaquín Rodrigo, Regino Saínz de la Maza, Brouwer, pero también Bach, Scarlatti, Debussy, Brahms… Lecuona. En todos los casos René convence. Su técnica es depuradísima y su estilo limpio y vigoroso, diría más: vitalista, alegre. Sin ninguna duda, René encaja de lleno en su tradición, pero no permanece manso y obediente en su horma; es un intérprete con gran personalidad que deja su sello en todo lo que hace. Y ese sello es magnífico: el de un guitarrista cubanísimo con un ángulo de visión de 360º. Todavía muy joven, sí. Y ahí tal vez esté lo que para mí es su único pecadillo. Pero de esto hablaré al final.

René se mueve entre la música culta y la popular con una soltura tremenda. Parece capaz de tocar Marieta, de Tárrega, y Como baila Marieta, de El Guayabero, con igual solvencia, con iguales elegancia y seguridad. Y esta lana sí que tiene mucho que ver, creo yo, no sólo con la hierba pastada en los conservatorios y las cátedras universitarias, sino también, y especialmente, con la pastada en los duros potreros de la vida. Un intérprete joven, por muy talentoso que sea, es casi siempre deficitario. Lo es porque en la creación artística el verdadero combustible es la vida. Quien no ha vivido demasiado, quien crea de oídas, basado en lo vivido por otros, no puede estar realmente al timón de lo que hace. Y en el arte, cuando el artista no está al timón de la sustancia que amasa, malamente podrá estarlo de la forma que le da. En el arte, lo vivido y lo creado deben tener similares espesores. Recordemos aquello que dijo Goethe: la mano que el sábado maneja una escoba es la mejor para acariciarte el domingo.

A René le ha tocado barrer muchos sábados para llegar a este domingo prodigioso. Y se nota. La guitarra habla si tiene de qué hablar. Y no basta lo que haya dicho el compositor de la pieza que se ejecuta. El intérprete tiene que derramar vida en su interpretación, porque en caso contrario, y por mucho que haya dejado de sí mismo el compositor en la obra, se impondría la lógica puramente matemática de la música, esa mínima porción de ella que se recoge en el pentagrama.

A nadie importa, sin embargo, qué sustancia vital avala la portentosa forma en que René, aun siendo tan joven, toca la guitarra. Aquí lo que importa es el resultado. Pero yo tengo información privilegiada, y de ella compartiré, sólo, una anécdota que me recordó otra de Segovia. Resulta que René se vio en los E.E.U.U., recién llegado de Cuba y sin instrumento, trabajando en asuntos vulgares, sin recursos con los que adquirir una guitarra que tuviera la suficiente calidad para reiniciar sus estudios al más alto nivel. Su primera gran guitarra se compró en Madrid y a plazos, porque su tío Raúl entonces tampoco podía comprarla de otra manera. René se rehizo en dirección al gran guitarrista que es hoy, con una guitarra regalada que no pudo ser pagada del todo hasta muchos años después. Decía que esto me recordaba lo que contaba Segovia con relación a la primera gran guitarra que pudo conseguir él: Segovia iba a dar su primer concierto en el Ateneo de Madrid, y no tenía una guitarra decente para hacerlo. Así que fue al taller de Manuel Ramírez, entonces lutier del Real Conservatorio, vamos, el Violero Mayor del Reino, y le pidió en alquiler la mejor guitarra que tuviese a mano. Ramírez se extrañó (nunca le habían pedido una guitarra en alquiler) pero buscó su instrumento más querido para que Segovia lo probara. En fin, que después de hacerlo, y de ser escuchado y loado por José del Hierro, profesor de violín, también del Real Conservatorio, que estaba casualmente allí, Ramírez le regaló la guitarra a Segovia. Esta anécdota tiene una segunda parte, tan importante o más que la primera, y se refiere a la recomendación que le hiciera José del Hierro a Segovia para que dejara la guitarra y estudiara violín, para que, según dijo el profesor, no desperdiciara su talento con un instrumento tan pobre. Pero esa parte de la historia, por suerte, ya no tiene simetría posible con relación a René, porque la guitarra, precisamente gracias al trabajo de músicos como Segovia y Brouwer, no tiene que demostrar a nadie su capacidad para vérselas con la mejor música creada por el hombre. Quedan muy lejos aquellas palabras de Sebastián de Cobarrubias: la guitarra no vale más que un cencerro, es tan fácil de tocar que no existe un campesino que no sea guitarrista.

La guitarra ya puede con todo. Sin embargo, sigue siendo para mí el instrumento mediterráneo de nuestro tiempo por antonomasia. Poco importa ahora mismo cuánto acarree de Oriente y de Occidente. Poco importa lo que le deba a la lira, la cítara, el sitar, el laúd o la bandurria. La guitarra actual, con sus seis cuerdas, y a pesar de que genios como Francisco Yepes hayan tocado versiones con diez, es el instrumento que mejor aglutina y resume todas las potencias de la música mediterránea, sobre todo de la que tiene ascendencia vernácula, pero aun así, ha llegado a los más altos niveles de excelencia. La guitarra española, como España misma, es una síntesis perfecta de lo que la música del sur de Europa, y el propio sur de Europa, precipitan: una enorme memoria resonante en casi todos los rincones del mundo. Los viejos instrumentos cordófonos de punteado que vienen de la cultura mediterránea y de las zonas felizmente influidas por ella, tienen en la guitarra española a su mejor embajadora. Por eso, y a pesar de las reticencias que hacia el instrumento puedan mostrar todavía algunos músicos del centro y norte de Europa, la guitarra triunfa cada vez más desde Canada hasta Japón.                  

La guitarra clásica es un instrumento maravilloso, pero para que alcance toda su expresividad hay que saberla tocar. No basta con tener dedos finos, largos y ágiles. No basta con saber dónde y cómo colocar el pulgar de la mano izquierda. No basta con saber mucho de música, ni con tener mucha técnica. No todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista [o el oído, apunto yo] y no rinden la voluntad, diría Cervantes. Para que un guitarrista clásico rinda nuestra voluntad, debe entender con qué sustancia se mercadea en el Mediterráneo. Y no hablo de la pura flamenquería que a veces parece incómoda con el alto vuelo que ha tomado el instrumento; hablo de la manera en que el Mediterráneo se las ve con la luz, la sombra, la vida, la muerte, la alegría, la tristeza, el comercio de ideas o sueños, el mestizaje, los dioses… René no tiene que entender esto (aunque imagino que lo entiende a la perfección) porque lo lleva dentro. Sencillamente forma parte de su tradición. Un talento enorme como el suyo, al tanto de todo lo que importa a su música y su instrumento, sólo puede desembocar en el éxito. No el comercial, no hablo de eso. Me refiero al éxito musical, que únicamente incumbe a quienes producen Música, y a quienes no la escuchan de fondo mientras leen o envían whatsapp.

En René sólo veo un pequeño problema en algunas ocasiones: la demasiada velocidad, el tempo. ¿Tendrá que ver con su juventud, con su cultura de origen, con su temperamento? No lo sé. Y me repugno a mí mismo por apuntar semejante detalle entre tanto bueno que tiene este músico. Pero… y sí lo hago detenerse a pensar en ello… Quién sabe. El alemán que me habita callaría, pero el cubano que lo acompaña…

Para explicar lo que digo sin mucha palabrearía, los invito a escuchar, por ejemplo, Asturias, de Isaac Albéniz, en las versiones de Segovia y de John Williams. Al menos yo noto que Williams digitaliza mejor, y que, incluso, resulta más limpio. Pero no puedo escucharlo después de escuchar al maestro de Linares, porque Williams corre donde se debe pasear. Lo mismo pasa si escuchamos el Preludio de la Suite Nº1 de Bach para cello, interpretada en un caso por Mischa Maisky, y en el otro por Rostropovich. No me convence la versión del ruso si comparada con la del polaco. Y no se trata, claro, de afinación, precisión o color; se trata del tempo. A los instrumentos hay que dejarlos respirar para que respire la música que producen.

Me aficioné hace muchos años a las entrevistas y las clases magistrales de los grandes autores. Me encantan, por ejemplo, las clases de Segovia y Casals. Los invito también a ver un vídeo en que Segovia da una clase magistral para algunos jóvenes que después fueron grandes figuras internacionales de la guitarra. Hay un pasaje en que Segovia está con Ghiglia. El italiano ejecuta maravillosamente la primera parte de La Frescobalda, de Frescobaldi, claro. Segovia se mantiene relajado, sin abrir la boca, disfrutando, hasta que el joven comienza a acelerarse. Entonces el maestro le hace unas oportunas señales con la mano: piano, piano… Pues bien, si tienen tiempo, comparen cómo tocaba esta pieza Ghiglia con treinta años y cómo lo hace ahora. Se podría decir que Ghiglia se ha hecho segoviano. ¿Terminará también Williams avecindado al tempo del obeso y lento maestro?

René es un fenómeno, un verdadero portento de la música y la guitarra. No será a mí, un absoluto neófito, a quien deba hacer caso. Y sin embargo, convivo con un perro viejo de orejas grandes. Si éste ladra… El tempo en un intérprete, por encima del que ya aconseje la obra en sí, me imagino que es algo que se ajusta y atempera con los años. Y años le sobran a René para sorprendernos y encandilarnos a todos, para seguir emergiendo como un enorme mástil de la caja que resuena. Gracias, Raúl, por avisarme.

Para comenzar a disfrutar de René, les propongo La comparsa, de Lecuona