Querido Jorge:
Tu libro es extraordinario. Un poema completo,
abierto. La intensidad se sostiene, afecta, converge conmoviendo y conmueve
renovando la propia interioridad lectora. Compagina, de modo armonioso, un
estro moderno con un cariz clásico, la poesía antigua y venerada de los
griegos, la filosofía de los presocráticos, ahí sobre todo a mi modo de ver
Píndaro, pero asimismo Heráclito, y claro Empédocles; y ello pespunteado por un
movimiento ascendente rumbo a la actualidad, pasando por el siglo de oro, San
Juan, Góngora, entroncando en Juan Ramón, y habiendo contado con Shakespeare,
Darío, y cuántos más (aunque no demasiados: señal de respeto). Lo que más me
atrae es el modo sistemático en que se sustenta, de cabo a rabo, y por detrás,
en sus entresijos y tramas de la tela. Un libro fundamental.
José Kozer
Un nudo en
el tiempo
Celebrando la aparición en Brasil de la primera
edición bilingüe de Un nudo en el tiempo,
me dispongo a destacar unas cuantas claves que lo convierten en un título
fundamental de la poesía actual escrita en castellano y que estarán, imagino,
entre las razones que llevaron a Francisco dos Santos, un hombre preocupadísimo
por la cultura, a colocarlo en el catálogo de Lumme editor, que es sinónimo de
esmero en todos los sentidos. Mi relativo desconocimiento del idioma portugués
me impide apreciar con hondura la labor de Ronald Polito, quien ha realizado la
traducción, pero no así suponer que su trabajo fue arduo por tratarse de un
texto tan especial.
Mencionado el importante papel de editor y traductor,
me limitaré a decir mis pareceres en torno a los méritos y curiosidades de este
gran poema ―todo el libro es uno― , y a cómo su autor, el poeta y arquitecto
cubano Jorge Tamargo, ajusta aquí
perfectamente el instrumento a su cometido, y la claridad y austeridad del
lenguaje al estricto nivel de la poesía.
Lo primero que diré es que este libro me recuerda a
esa terca oveja que abandona el rebaño y bala sola, un poco más allá, y cuyo
balido es diferente y reconocible. Y ello porque desdice aquello que llamaba
Johnson “dicción poética”, esa tendencia a las palabras depuradas de las
contaminaciones del uso cotidiano o la aplicación a ciertos modos de decir
poéticos que son como las modas, duran un momento: veinte años, decía Eliot.
Un nudo en el
tiempo ata inspiraciones de muy
diversa índole que parten, lógicamente, de unas vivencias y un estado de ánimo
concreto, pero que alcanzan una enorme dimensión artística porque han sido
medidas con la exacta plomada del poeta-arquitecto. El modo de decir no es, por
tanto, de nuestro tiempo ni de ningún otro tiempo pasado aunque tenga en él
metidas las raíces. De ello ha dado cuenta el poeta José Kozer, al decir de este
libro: “Compagina, de modo armonioso, un estro moderno con un cariz clásico, la
poesía antigua y venerada de los griegos, la filosofía de los presocráticos,
ahí sobre todo a mi modo de ver Píndaro, pero asimismo Heráclito, y claro
Empédocles; y ello pespunteado por un movimiento ascendente rumbo a la
actualidad, pasando por el Siglo de Oro, San Juan, Góngora, entroncando en Juan
Ramón, y habiendo contado con Shakespeare, Darío, y cuantos más (aunque no demasiados:
señal de respeto).” Habría que añadir, o al menos así lo siento yo, la impronta
de José Lezama Lima en un aspecto esencial de la creación. No me refiero a la
herencia estilística sino más bien a la preponderancia de la imagen sobre
cualquier otro elemento del poema. Aquí se entiende la imagen como fuente de
conocimiento, pero también como emoción y hallazgo. No puede ser de otra
manera. En poesía, la conceptualización pura es peligrosa porque suele trabajar
con imágenes gastadas y repetir absurdamente lo dicho por otros. La imagen, por
su parte, es el fundamento de la realidad al que solo puede accederse mediante
lo poético:
“no quiero más compaña frente a la imagen,
en este nudo de amor que me regalan,
que la seleccionada en la memoria y validada en sueños,
después de haber digerido, ruido al margen,
las nueces de mi tiempo.”
Lo que a mí, particularmente, más me apasiona del
libro es tal consecución: expresar la visión poética, otorgar razón a esa
suerte de hechizo que no es razonable. Cuando Dante accede al paraíso terrenal
sin la guía de Virgilio, se da cuenta de que todo debe asentarse en la memoria
y el lenguaje, y de que la función de la imaginación no solo descansa en la
fantasía. Un nudo en el tiempo es, como la Divina Comedia, una
restitución de la hacienda paradisíaca en su pureza. Por supuesto que no hablo
de pulcritud. Eso es.
Es un libro lleno de versos y pasajes hermosos. Deja
ver, como si nada, que la experiencia de un solo hombre lleva a cuestas toda la
historia de los hombres. Jorge Tamargo la reconoce en las
propias vivencias y encuentra sus metáforas en los orígenes. Esto no es solo un
carísimo acto de cultura, sino también de invención poética y de comparación
literaria al fin y al cabo. Destaco lo que pasa con el pensamiento. Asoman,
aunque no invaden, esa pléyade de filósofos que no han hecho otra cosa que
ordenar los saberes y los sentires de los hombres y también, como si nada, todo
ello se vuelve imagen.
Por último, nada es inmutable en este libro. Todo en
él es devenir, progresión, ―incluso en términos dramáticos y narrativos― un
exquisito diálogo poético entre el pasado y el porvenir, lo propio y lo ajeno,
la razón y la fe, el amor y la precariedad, la resonancia y su sentido. Es un
libro erguido como un asta en medio de la poesía actual, del abismo que abre
tanto lenguaje apilado al margen de la imagen.
con el aliento unánime de sus Señores
y su también unánime inteligencia, musicados ambos
sobre el invisible terraceo de las cuestas,
en partituras que miran, como en Nazca, al cielo.”
Luis Enrique Valdés Duarte
Selección de poemas:
…y el amor estuvo en medio del remolino, todas las cosas
convinieron la unidad bajo su acción. Empédocles
El
silencio es el tapado vórtice de la sabiduría.
Las
tres cuartas partes de cada palabra lo saben:
son
meras zonas audibles, no más que suburbios
de
un callado centro que no cabe en ellas,
que
sin agotarse gira, impacta, rebota,
exuda
significados en su maltrecha cápsula.
Nunca
estuvimos más cerca de vislumbrar figurada
la
sustancia informe que nos moviliza,
que
cuando la imagen del Amor
drogó
la memoria, veló los ojos, paralizó la lengua.
Puede
que la Idea Moscardón
sea un placebo;
su
genio, su color y hasta su sexo, anécdotas;
la
sedienta vulva, el ejército de mosquitas equinas,
simplemente
la mitad morbosa de su nulidad…
¿Es
el Amor el verdadero enigma?
¿Cuál
es el nombre del núcleo que lo libera?
¿Cómo
lidiar en cueros con semejante Todo
soplado
sobre la Nada
con un arcabuz de miedo?
Los
maestros tal vez lo sepan, pero no pueden decirlo.
…
De día trasegamos con el chorreo de luz
y
acomodamos los amables estímulos
en
lóbulos concienzudos y estancos
habilitados
en la sección de los casos resueltos.
De
noche, sin embargo, descansamos.
Es
entonces cuando el Amor a sí mismo se sueña. Ah,
el
oscuro silencio, qué espirado impulso desgobierna
para
los costales infinitos del Amor.
Qué
minuciosas las formas que en ellos
la
imaginación consigue. Sí,
el Amor estuvo en medio del
remolino:
Un
joven sucio de vida empina un papalote
en
el oasis de un desierto vencido.
Las
tormentas de arena disparan sus unidades
que
rebotan en el huesudo cuerpo del artefacto.
Caen
a tierra fertilizadas, como granos de futuro.
Alta
preñez que se apropian las ideales bestias,
los
bichos más raros, hasta los ingenios humanos
para
figurar como agentes de la totalidad.
Muy
pronto el chico alcanza un éxtasis visionario.
Por
el cordel escalan,
para
colgar después del rabo de su cometa:
todas
las novias que tuvo y que no tuvo
con
los pezones de aire y las braguitas de nube,
el
fantasma de una jirafa con manchas de gofio,
un
hipopótamo que alimentó en su patio
con
mollejas y huevos de unicornio,
una
yegua de ancas generosas y cascos ligerísimos
que
bien hubiera podido ser su amante,
varios
canarios, cotorras, palomas
que
finalmente descifran y vencen
la
absurda combinación de absurdos que cierra su jaula,
una
chiva con un nido de avispas en las ubres,
lagartijas,
arañas, ranas de muchos colores,
mosquitas,
pero mulatas, de crines pardas,
el
espadín de palo del abuelo,
un
Pontiac de dos puertas, descapotable,
con
su jipijapa de cielo, conducido por su padre,
un
catre, una litera, una almohada de coral negro,
trompos,
canicas, bates de béisbol,
otros
jóvenes que los persiguen,
sus
novias completamente desnudas
con
una ramita bermeja florando entre las piernas…
La
cola del papalote los imanta a todos.
El
chico los bambolea para agitar su adherencia,
hasta
que finalmente trepa también la cuerda,
se
funde con ellos y se convierte en insecto:
moscardón,
azul y hembra para más señas,
con
la trompa narcótica, las alas traslúcidas,
la
vulva estelar, incontinente.
…
Al despertar supimos que en sueños
todos
participamos la misma vorágine redentora.
El
redondel se agota en su vertiente real.
Una
rata se consume en túneles infernales,
mientras
el Amor añora un silente temenos
donde
prospere su imantado cogollo.
…
En una carreta con ruedas de barro y pezoneras de acero,
tirada
por bueyes estrábicos y leonados,
apilamos
los días perdidos, las noches ganadas,
los
nombres conseguidos, en fin, los bártulos
de la poesía,
y
nos marchamos.
Todo lo que se puede imaginar gravita. Lezama
Un drone blanco, que hace días reconoce el
terreno,
posa
por primera vez en mi nuevo patio.
Mis
bueyes ni se inmutan. El aparato tiembla
como
en orgasmo arácnido, y luego detiene sus motores
como
tosiendo acelerado, acaso gimiendo
en
el lenguaje de las máquinas.
No
me acerco, el mediodía hace mucho me aletarga,
pero
noto que en sus delgadas patitas
trae
barro negro, no como este que piso, pardo.
¿De
dónde viene? ¿Ha mutado el moscardón
hacia
un cacharro mudo, diurno,
con
uñas contaminadas?
…Nada
más ocurre hasta la noche, pero en ella,
el
amable zumbido del insecto-madre no se escucha
y
las mosquitas de su corte parecen relajadas.
Es
noche de otras bestias ésta.
Cuando
enciendo la hoguera, el falso drone
enciende,
abre
sus mandíbulas de acero, la cremallera de su bodega.
Entonces
la tripulación se hace visible,
sale
y se acerca al fuego. Todos animales,
pero
ninguno deforme, raro,
ninguno
que deba volar anda, que deba andar repta,
que
deba nadar vuela. Eso sí, elegantísimos, alegres,
con
un apetito insaciable, y un rasgo distintivo:
tienen
los ojos de oro. Un gato egipcio, una marta persa,
un
antílope griego, un mulo palestino, un jabalí checo,
un
gallo ibérico y un caimán caribeño.
Parecen
conocerse, venir del mismo sitio.
Los
ojos áureos explican su excelente visión nocturna
y
parecen ser un rasgo propio de su estirpe.
Yo
callo. Noto que mirando avivan la hoguera
y
cambian la apariencia al pelaje de mis bueyes.
No
sólo se doran sus bandas más oscuras,
sino
que parecen tejidas con poplín
sobre
un basto lienzo de yute. Veo que se interesan
por
mi vieja espada de palo, que observan
el
horcón que apuntala mi tienda.
…Entonces
me despierto y no doy crédito.
Todo lo que se puede
imaginar gravita.
Allí
están, en la cima de la verdad, la poética,
ignorándome
ahora, que, bien espabilado
me
les acerco y hablo… A mis bártulos:
empiezo
con la escuadra y la plomada,
pero
me detengo… ¡Coño, tienen realmente los ojos de oro!
¡Cuánto
destacan en el jabalí negro! Mas
¿cómo
caben en este aparato? ¿De dónde vienen,
qué
tiempo atravesando?
Entonces
vuelven, ya reales, todas las imágenes del viaje,
desde
aquel redondel donde lidiaba antes
a
esta hoguera lenta que no mengua. Vuelven ordenadas,
pero
no hechas a una certitud esférica,
no
puntas abultadas en los radios de una rueda,
sino
cuentas de distinta factura, deslizándose
en
la lacería de una misma cuerda: nudo gordiano
especialmente
inmune al filo férreo.
…Un
ruido me despierta al punto.
Todo lo que se puede
imaginar gravita.
¿Qué
fue? Sonaba a carcajada.
Y
entonces me veo como repasando un sueño.
Yo,
allí, rodeado de animales con los ojos áureos.
¿Qué
hago allí, yo, con esas criaturas,
si
estoy aquí conmigo? ¿Quién se ríe?
¿Y
estos bueyes? ¡Coño, son ciertos!
Parecen
cebras cosidas por mi madre
para
un Belén real, maravilloso.
¿Debo
poner fin a esta escalada,
quitar
el horcón de la tienda, partirlo en dos
y
apuntalarme los párpados?
…Eso
hacía cuando desperté.
Todo lo que se puede
imaginar gravita.
Me
descubro triple, doblemente repetido en mis afueras,
desmontando
una tienda a las orillas del fuego,
rodeado
de animales con ojos dorados,
pendiente
de una risa enorme
que
parece venir de una colina.
…¿Qué
haces en cueros, papá, con quién hablas?
¿Por
qué tienes aquí tu araña disecada?
No
sé si dormido o despierto, contesto (pregunto):
¿Esto
mide el mundo, esto pesa?
Una
imagen en tierra…
un nudo en el tiempo.
me salté esta maravilla, por favor, me lo llevo, abrazos.
ResponderEliminarGracias, querida poeta. Un gran abrazo.
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